ECONOMIA

Reflexiones en torno al Tratado de la Unión Europea


José Fernando Pérez Oya
Ex Funcionario Economista de la ONU Experto en Política Económica de Ciencia y Tecnología DIT-CEPE


I. VOLVER SOBRE MAASTRICHT
¿Tiene todavía sentido reflexionar sobre el Tratado de Maastricht en un país en el que las fuerzas políticas mostraron una virtual unanimidad en considerar la ratificación del Tratado una necesidad histórica ineludible? Piensa el autor de estas líneas que paradójicamente resulta necesario reflexionar acerca del Tratado precisamente porque fuimos testigos de la ausencia de un auténtico debate público —con la necesidad de consultar al pueblo rotundamente negada por el gobierno y la oposición— como también la actitud muy sesgada de los medios de comunicación social que, en general, apoyaban la adhesión.
Partiendo de la premisa de que una unión económica y política fuese en un principio deseable para el bienestar de los pueblos de Europa, deberíamos interrogarnos sobre su alcance geográfico y sobre la incidencia del impulso de fusión o convergencia en determinados aspectos de la vida social (económicos, sociales, culturales, tecnológicos etc.) así como sobre el orden de prioridades y ritmos impuestos a dichas políticas de convergencia. La ventajas de otorgar prioridad a la unión monetaria pueden no serlo si la operación implica relegar aspectos tales como los sociales, tecnológicos, culturales, militares o políticos a un segundo plano.
Si estas órdenes de prioridad se trucasen, la resultante se vería sustancialmente alterada. Incluso si suponemos que las prioridades son justas, resulta necesario concertar apropiadamente el ritmo de avance en cada aspecto, no sólo en el sentido absoluto sino también en relación con el de los demás. El no operar de esta manera nos podría conducir a lo que M. Unión y C. Boissieu llamaron riesgo sistemático (revista Gènese, junio de 1992). Muchas críticas al Tratado se centran en estos aspectos pues se señala que no sólo dejó desvinculada la política económica monetaria de la fiscal, al imprimir una aceleración excesiva en aquella a expensas de esta, sino que dejó muy relegados los campos de las políticas sociales, tecnológicas, etc., y aún más los aspectos políticos de la Unión. Esto condujo a lo que se llamó déficit democrático y viene claramente ejemplificado por la creciente distancia entre los órganos responsables de la política monetaria y las instancias del poder popular, legitimado a través de mecanismos electorales.
La enorme variedad de las tomas de posición acerca de Maastricht son, naturalmente, fiel reflejo de las motivaciones, esperanzas y temores que suscita el tratado, más que la propia ambigüedad del mismo. La discordancia de opiniones y sobretodo de temores no muy racionales, proliferó en Francia con ocasión del referéndum, pero también aquí pudimos leer en declaraciones del presidente del gobierno (El País 25/10/1992) que existe el riesgo de que Europa pudiese rasgarse o que Alemania tuviese la tentación de nuclear una Europa diferente (¿Con quién y con cuántos? Se puede preguntar) que daría lugar a una nueva configuración del continente si Maastricht fuera un fracaso. Los ejemplos llegados del país vecino van desde la posición de opiniones debidas a un nacionalismo extremo, hasta esperanzas casi mesiánicas en las potencialidades de la Unión para resolver todo tipo de problemas. Nuestros vecinos llegaron incluso a ciertos delirios, como vimos en el artículo antes citado de Gènese lo siguiente: «La moneda única conduce a un sentimiento de comunidad europea más fuerte. Es el vínculo más sólido que puede tejer una colectividad humana de más de trescientos millones de almas (sic) que reúne una gran variedad de culturas y lenguas». El activo apoyo del gran filósofo E. Morin al sí puede servir de ejemplo de confianza excesiva.
Sin duda, impresionado por la tragedia balcánica, Morin consideró que el Tratado puede llegar a convertirse en un baluarte de asociación-integración salvífica frente a las tendencias nefastas de disociación-desintegración que amenazan a Europa.
El déficit democrático -asegura- viene claramente ejemplificado por la creciente distanciación entre los órganos responsables de política monetaria y las instancias de poder popular legitimado por mecanismos electorales.
Esta discordancia de posiciones llevó, por desgracia, el cántaro a la fuente de los que en general, desde posiciones de poder, opinan que la complejidad y carácter técnico de ciertos problemas aconsejan no gravar la escasa capacidad del indocto pueblo con una discusión que en cualquier caso escaparía a sus cortos alcances y redundaría en un consumo excesivo de aspirina o, más probablemente, en una didáctica esquematización de las alternativas. Esto podría conducirnos en opinión del Sr. Elorza a rebajar el nivel del debate como sucedió en Francia.
Vamos a disentir aquí de estas opiniones haciendo ciertas observaciones que eleven a nivel pedestre el debate y lo substraigan al olímpico, etéreo, brumoso y tecnocrático carácter que frecuentemente tuvo y que se utilizó para que el buen pueblo siga contemplando con la debida admiración reverencial, que corresponde a su papel, las decisiones que sus sabios líderes toman a su favor y en su nombre.
II. LA GRAN COARTADA
Se nos presentó el Tratado como indivisible e irreformable, algo falso según sus propios términos. Puede decirse algo tan obvio y necesario como que es posible estar a favor de ciertos aspectos previstos de política social, regional o de defensa sin que ello conlleve la aceptación de otros aspectos del Tratado que, ocupan una posición central y nos parecen impugnables.
En varios artículos firmados por B. Cassen, en Le Monde Diplomatique, señala que el hecho de que el Tratado nos fuera presentado como algo ineludible nos puede servir de chivo expiatorio externo ante la impopularidad de ajuste estructural o de austeridad extrema, como también puede convertirse en escotillón de escape para una política de huida destinada a esconder la ausencia de un verdadero proyecto nacional.
Deben distinguirse los aspectos formales de los sustantivos y tratar de deslindar instrumentos de fines y todo esto desde posiciones de principio claramente expresadas.
Tomemos por ejemplo el temor suscitado a la pérdida de soberanía. La resistencia a la cesión o transferencia de soberanía será mayor cuanto más grande sea la distancia entre los objetivos y las aspiraciones de un gobierno y de los órganos comunes de gestión. Sin embargo, incluso si existe acuerdo sobre el riesgo de perder un nivel mínimo de autonomía encarnado en la idea de la soberanía e independencias nacionales. Este temor, puede tanto expresarse en un rechazo de los mecanismos institucionales como en el temor a acciones hegemónicas de uno o varios miembros de la Unión que, actuando individual o colegiadamente releguen a un miembro a una pasividad de subalterno.
El rechazo a la Europa de geometría variable, a dos velocidades o a la carta, está muy vinculado a este tipo de problemas. El espectro político parece dividirse aquí entre una derecha más preocupada por el diseño institucional que salvaguarde un límite amplio de soberanía con una menor preocupación por los contenidos sustantivos del diseño común (del que en caso de necesidad siempre podrían irse) y una izquierda más proclive a ceder soberanía dentro de esquemas federalistas y lógicamente más preocupada y atenta a los contenidos sustantivos incorporados en la acción de las instituciones comunes.
La unificación alemana brinda un ejemplo diferente. El hecho de que las nuevas instituciones monetarias estuviesen en gran parte calcadas del Bundesbank, provoca en la izquierda consecuente (cada vez menos visible) el temor de un afianzamiento de las políticas económicas monetarias y conservadoras; en la derecha nacionalista se da por supuesto que las instituciones comunes no aplicarán políticas comunes contrarias su tendencia ideológica dominante pero temen una pérdida de autonomía. Ambos segmentos
del espectro político, observan con aprensión desde perspectivas diferentes la brutal afirmación del poder del Bundesbank ante repetibles tormentas monetarias, así como las maniobras de creación y satelización de estados clientes como Eslovenia y Croacia.
El voto ponderado previsto en el Protocolo sobre los Estatutos del Sistema Europeo de Bancos Centrales y del Banco central Europeo (arts. 10 e 29 del Protocolo) pueden también constituir un signo preocupante. Es necesario, pues, señalar que las tensiones actuales contienen un elemento muy importante que proviene de la política de altos tipos de interés impuesta por Alemania, en gran parte derivada del esfuerzo de financiamiento (que representó en 1992 un 6,5 del PIB) consiguiente a la unificación de la ex RDA.
II. LA UNIÓN MONETARIA
La piedra angular del Tratado de Maastrich es, sin duda alguna, el proyecto de la unión monetaria. La raíz histórica de las disposiciones que se encuentran en el Tratado, es lo que conocemos como llamado Informe del Comité Delors. Dicho comité compuesto, casi exclusivamente, por banqueros, llegó a la conclusión —no excesivamente sorpresiva ni sorprendente— de que un banco central supranacional, independiente del poder dirigido por funcionarios escasamente amovibles debería ser la base, y casi el único fundamento, de la Europa unida. Este informe está influenciado de una manera determinante por la ideología predominante en el Bundesbank que, abusivamente, se irroga el honor de los éxitos de la lucha anti inflacionista de Alemania; éxitos que se basan mucho más en factores institucionales tales como mecanismos de negociación colectiva entre fuerzas sociales, y esto no sólo en lo que se refiere a salarios y condiciones de trabajo, sino en un sentido que trasciende la política industrial y tecnológica.
El ex comisario de la Comunidad Edgar Pisani calificó el tratado de anti-estatal, antisocial, ultra-liberal, contrario a la construcción de la democracia e inhumano. Finalmente, lo apostilló de apolítico. Más bien cabría calificarlo de apolitizante, ya que tiende a eximir a los Estados de responsabilidad, transfiriendo ésta a la operación impersonal de las fuerzas del mercado.
El Banco Central Europeo, culminación de la segunda fase de unión monetaria, deriva su esquema funcional y sus estructuras y principios del Bundesbank, vía Informe Delors. Recordemos que mientras los aspectos sociales o regionales del tratado son, hoy por hoy, poco más que una lista de buenas intenciones dependientes a los presupuestos, las disposiciones del tratado definen ya unas instituciones determinadas, un modus operandi de estas y unas condiciones arbitrariamente cuantificadas para poder acceder al círculo de los escogidos. En los aledaños de su centro monetarista, el tratado contiene elementos positivos que le abrieron con éxito el camino a un amplio sector de la opinión pública.
No hace falta ser experto en economía para darse cuenta de que este enfoque corresponde a la ideología ultraliberal Reagan-Thatcher que llevó al Reino Unido a una situación tan crítica como la vivida a finales del siglo XX. Incluso un ala populista del Partido Conservador empezó a rechazarla y generó en los EEUU una depresión silenciosa que supuso una caída de los ingresos familiares reales del ochenta por cien (que dura desde 1973) y una escandalosa redistribución de los frutos de una feble expansión en el cinco por cien más rico de la población. Como señaló J.G. Smith en su libro Full Employment in the 1990s, el Informe Delors está demasiado influenciado por las posiciones del Bundesbank y es una resaca de la obsesiva borrachera monetarista que supone una renuncia explicita al objetivo de alcanzar el pleno empleo. Su dogma básico es el de creer que porque existe (¡y no siempre!) una correlación entre oferta monetaria y evolución de los precios, la inflación es una consecuencia de los niveles de oferta monetaria. Como señaló Wynne Godley, tras estas ideas está la creencia de que las economías modernas son sistemas autorregulados, que tienden al equilibrio y que no necesitan ser dirigidos.
Las ideas monetaristas se mantienen contra viento y marea, de poco sirvió que la OCDE escribiese en un informe reciente (Perspectivas Económicas, diciembre 1991): En muchos países la relación estable esperada (sic. ¿por quiénes?) entre crecimiento nominal del PNB y base monetaria no tuvo lugar. De poco nos sirve lo que el gran economista francés Malinvaud —padre del concepto de paro clásico— nos haga saber, con una honradez poco frecuente en la profesión, que según sus propios estudios empíricos posteriores su paro no cubre ni tan siquiera una quinta parte del paro existente. De poco nos sirve que en un estudio muy conocido, el Banco de Inglaterra descubriera las manipulaciones realizadas por Milton Friedman en su base de datos; de poco nos sirve que infinidad de estudios nos mostraran la inestabilidad de la velocidad de circulación del dinero preterida por nuestros ínclitos monetaristas.
De poco nos sirve que se admita que la inventiva de nuevos instrumentos financieros haga necesaria una revisión constante de los conceptos de la base monetaria; de poco nos sirve recomendar a nuestros ilustres colegas la lectura del genial Azote del Monetarismo, de mi admirable maestro N. Kaldor, del libro de L. Randall Wray Money and Credit in Capitalist Economies; vosotros economistas monetaristas permanecéis inmóviles, incólumes, impertérritos, tan tiesos como vuestra querida línea de oferta monetaria, verticalistas hasta la muerte. Es que el monetarismo es aún más que un culto, una fe, y como decía el catecismo de Astete «Fe es creer en lo que no vemos».
La Europa monetaria es, por las disposiciones institucionales que la constituyen, una Europa monetarista.
En Maastricht se plasmó un decidido deseo de imbricar en establecimiento de instituciones con la continuidad de una política económica monetarista. Maastricht es el propósito de congelar, de cristalizar institucionalmente un monetarismo que siente que
soplan vientos adversos y que aspira a sobrevivir enquistado en la espera de tiempo propicio. Que esto puede suceder es particularmente desafortunado para Europa, no sólo por las consecuencias que trae de desindustrialización, paro, retraso tecnológico, pérdida de capacidad productiva y oportunidades de crecimiento económico etc., sino también porque dicha operación se producirá en un momento en el que los EEUU y Japón reviertan la política de estímulo de corte neokeynesiano. Pero en este campo como en otros los sacrificios han de ser repartidos de manera muy desigual. Los rígidos criterios de convergencia ya están dando lugar a una política de deflación competitiva entre países miembros que no quieren perder el tren y candidatos (planes Amato de Italia, Mitsotakis, Solchaga de España, políticas restrictivas en Suecia, Austria etc,…).
En el susodicho libro de J.G. Smith se hace referencia a estudios que evalúan (en términos de empleo potencial perdido) los costes de la política de convergencia en Francia en 700.000 puestos de trabajo para el período de 1983-1985; en el caso de Italia, la estimación casi alcanza la cifra del millón. ¿Realizamos en nuestro país algún cálculo de este tipo? ¿Podemos pensar que tendremos que pagar menos que Italia?
Parece evidente que las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa. Los círculos viciosos de la deflación competitiva se hacen cada vez más amenazadores y serán mucho más graves cuando se pierda la capacidad de fijar el tipo de cambio. Como señalaban los técnicos del Ministerio de Hacienda francés, D. Bureau y P. Champsaur, el problema más serio planteado por la unión monetaria es el de saber si la flexibilidad de los mercados de trabajo será suficiente para compensar la pérdida de la fijación del tipo de cambio como instrumento de política macroeconómica. En una línea similar, M. Feldstein advertía (en un artículo publicado por The Economist, de junio de 1992) que al no avanzar en una operación federalista, polarizaría peligrosamente las diferencias de ingresos y bienestar. Un análisis de las cifras relativas a los fondos estructurales y de cohesión (de 57% y de 72% respectivamente desde 1992 a 1997) mostraban lo exiguo de las cifras propuestas, en aumento porcentual pero insuficientes si se comparan con las que serían necesarias para evitar un agravamiento de los problemas de empleo en los países más vulnerables.
III. EL FRACASO DE LA EUROPA SOCIAL Y LA AUSENCIA DE POLÍTICA INDUSTRIAL
La Europa social no pudo alcanzar el acuerdo de los doce y el único progreso pírrico alcanzando fue la superación del veto británico y la aceptación del principio de votación por mayoría calificada. El retraso de la dimensión social sobre la economía se puso en evidencia por la endeblez de lo alcanzado en Maastricht, muy por bajo del poco ambicioso Plan Marín. En lo tocante a aspiraciones en el ámbito social, el Tratado de
Maastricht representa una regresión respecto al Tratado de Roma de 1957, pues mientras este proponía promover la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores, que permitan alcanzar su igualdad por la vía del progreso (art.117) en el nuevo Tratado, el término igualdad se cambia por el francés amelioration (mejora) y por el ambiguo español equiparación. El Tratado insiste en que las decisiones sean tomadas del modo más próximo posible a los ciudadanos pero el objetivo es pura retórica. Las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa.
Las condiciones fijadas en Maastricht imponen un coste excesivamente elevado para las economías del sur de Europa.
La Europa de la Unión es una Europa de los Estados, no de los pueblos, pero dentro de una Europa de Estados, es una Europa del poder ejecutivo de los respectivos Estados. El Consejo (es decir, el aerópago de primeros ministros y jefes de Estado) sigue siendo, como en el pasado el órgano clave y supremo de decisión. El llamado poder de investidura del Parlamento sobre la Comisión y su presidente es ceremonial e intrascendente. El poder de enmienda del Parlamento no merece tal título estando de hecho limitado a doce campos que, con exclusión del de Medio Ambiente, se caracterizan por su intrascendencia. Más ridículo todavía es el llamado poder de iniciativa que como bien dice J. Raux es un mero poder de iniciar una iniciativa, es decir, de pedir a la Comisión que traslade al omnipotente Consejo una inquietud surgida en el Parlamento.
En el Tratado, la ausencia de una política industrial viene reflejada en el único y breve artículo dedicado al tema Industria, espejo de una política de liberalismo sectario que no resiste la menor comparación con las estrategias seguidas por Japón y los Dragones Asiáticos y puede que dentro de poco, por Estados Unidos.
El Tratado es confuso y ambiguo. No supo optar entre la lógica de la cooperación (entre Estados) y la de la integración (realmente comunitaria) y se decidió en muchos casos por un término que a nadie le conviene ni convence. De la misma manera va por un camino de profundización (parcial y desequilibrado) dando la espalda a una opción de extensión hacia a países históricamente europeos, ex miembros del bloque socialista.
El Tratado perdió una vez más la oportunidad de empezar a configurar una Europa de los Pueblos. Esto resulta particularmente flagrante y lamentable en el ámbito cultural. Hubiera sido apropiado que nuestros gobernantes y eminentes miembros de la familia real, como Juan Carlos de Borbón, hubiesen leído detenidamente el art. 128 del Tratado que afirma que la Comunidad contribuirá al florecimiento de la cultura de los estados
miembros dentro del respeto a su diversidad nacional y regional....
¿No sería mejor hablar de cultura de los pueblos (y no de los Estados) como el mismo artículo señala al decir historia de los pueblos europeos? Si hacemos del Estado el actor privilegiado de la política cultural, corremos el riesgo de apoyar nacionalismos que reivindiquen un Estado propio e independiente. Particularmente lamentable y ridículo es el poder de emitir dictámenes, conferido en el Tratado, al ornamental Comité de la Regiones donde sus representantes son nombrados a propuesta de los Estados por el Consejo y no mediante consulta popular (art.198.A del Tratado).
El Tratado fue el fruto desafortunado, contradictorio y mal construido de un miedo a que la unificación de Alemania empezara a ejercer una acción hegemónica sobre una Europa Unida inconclusa. El resultado fue claro y manifiesto en el lamentable rigodón que va de la declaración de Oslo de no renegociación, a la inconclusa renegociación de Edimburgo, muy favorable para Alemania, Reino Unido y Dinamarca, pero no mucho para los países endebles de la Unión como España.
Antes de concluir, volvamos a dos aspectos del Tratado que en sí mismos justificarían una reflexión más extensa y detallada. El primero se refiere a la ausencia en el Tratado de una política industrial. Esto viene reflejado en el único y breve artículo dedicado a Industria, claro reflejo de una política de liberalismo sectario que está llevando a Europa hacia niveles crecientes de paro y hacia una posición de desventaja comparativa frente a otros centros de poder económico mundiales. Digan lo que digan los ideólogos de la sociedad postindustrial, el sector industrial es, y seguirá siendo clave del desenvolvimiento económico. Como dicen ciertos economistas americanos: manufacturing matters. El segundo aspecto es de carácter más general, de ética política, casi de alcance filosófico, y aparece expresado en los arts. 123 al 127 del Tratado. En ellos se afirma la necesidad de facilitar a los trabajadores su adaptación a las transformaciones industriales y a los cambios de los sistemas de producción. La filosofía es clara: la sociedad y el hombre deben de adaptarse a los cambios del sistema de producción y no la inversa: adaptar el sistema de producción a las necesidades de una sociedad que genere un hombre y no un robot.
Nunca se interrogó a los firmantes del Tratado sobre la procedencia de cambios en el sistema de producción.
Posiblemente fuese debido a un reflejo de modestia: no se consideraban teólogos y estimar que lo que procede de alguna divinidad exógena y desconocida (como por ejemplo el demiúrgico mercado) debe de ser excluido del área de sus competencias.
Ocurre aquí como con las tormentas monetarias, no sabemos de dónde vienen, son como los helicópteros de Milton Friedman que hacen llover desde el cielo billetes de banco para probar lo exacto de su tesis. De todos modos algo nos dicen los arts. 123 al 127 del Tratado de lo que es la economía social de mercado y de lo que pueden esperar de ellas los
integrantes del ejército de reserva del trabajo: cursillos de formación profesional y políticas de adaptación.
En conclusión diremos que el nuevo Tratado de la Unión Europea impone a sus miembros más endebles unos sacrificios exorbitantes, injustos e insostenibles.
El nuevo Tratado de la Unión Europea impone a sus miembros más endebles unos sacrificios exorbitantes, injustos e insostenibles. Debería ser modificado en sustancia, incluso si esto impusiera una opción federal. Mientras esto no suceda debemos decir:
¡No a Maastricht!


José Fernando Pérez Oya. B.A.-M.A. por la Universidad de Oxford.
Ex Funcionario Economista de la ONU
Experto en Política Económica de Ciencia y Tecnología DIT-CEPE
Publicado este artículo en ANALISE EMPRESARIAL, nº 79 (En gallego).
Septiembre-diciembre 1992


“EL EURO; De salida ,sí.”


REFLEXIÓN RADICAL: “EL EURO; De salida ,sí.” Me permito, por haber sido uno de los escasos economistas que se opusieron públicamente en España al tratado de Maastricht, (En la revista gallega “Análise Empresarial Primeros meses de 2004) el ofrecer unas pequeñas reflexiones sobre nuestra economía y una posible, pero difícil salida por parte de un débil, pusilánime gobierno, y doblegado a la vergonzosa sumisión de nuestra soberanía a los dictados de política económica dictados por las instituciones de una U.E. dominada por una dogmática reaccionaria y dominante actitud alemana, refrendada por otras naciones. El dominio de una ideología neoliberal y de una política económica en ella inspirada ha obligado a nuestro país a introducir unas injustas y deflacionistas medidas fiscales que gravan seriamente el bienestar de la mayoría de la población y que impedirán o retrasaran gravemente la recuperación de nuestra economía. 
La situación mundial del balance ideológico y económico suscita hoy en muchos países una desconcertada opinión pública porque el descrédito de las teorizaciones monetaristas, de las “expectativas racionales”, y otras que han venido estructurando el discurso neoconservador aparecen hoy discursivamente gastadas pero, paradójicamente, su poder social, sobre todo en Europa, se incrementa trágicamente, imponiendo un lejano e hipotético ajuste a través del doloroso incremento del marxista “ejército de reserva” o sea el de unos atemorizados parados o amenazados empleados, muy debilitados y por tanto más proclives a aceptar el falso estímulo de unos bajos salarios conducentes a hipotéticos mayores beneficios y renovadas inversiones. No se nos habla apenas de economía de la oferta pero se destruyen los estímulos a la demanda total agitando el miedo al déficit fiscal. Para justificar la tremenda y valerosa propuesta de una posible salida del Euro, conviene hacer un muy somero balance de las ventajas e inconvenientes que se han derivado de la adopción de esta medida por España, si bien no todo es cuantificable. Para respetar cierto criterio de ecuanimidad he tomado ciertos argumentos en pro de la moneda única del reciente, e interesante aunque conservador libro de David Marsh. “The Euro” (Yale U.P. 200). Varias veces Marsh nos señala la imposibilidad de deslindar los efectos beneficiosos de la introducción del Euro con las consecuencias negativas que han tenido ciertas medidas de alcance mundial vinculadas a las políticas globalizadoras. Por ejemplo: sin la creciente movilidad de los flujos de capital, las actividades de los bancos centrales de las economías emergentes, la actuación de los fondos soberanos, etc. 
Los EE.UU. no hubieran sido capaces de financiar una desorbitada expansión consumista, reflejada en sus crecientes déficits. En cuanto a ciertos países europeos “particularmente dinámicos” (Informe de la OECD, Otoño 2007) como España se consiguió un notable abaratamiento de la financiación del déficit de su balanza de pagos al permitir que los intereses de su deuda con el exterior fuesen realizados a un tipo de interés bajo, favorecido entonces por el BCE y Alemania. Otra ventaja mencionada profusamente fue la del efecto de frenar la inflación de los que países que accedieron al Euro. Esta aserción la rebate el mismo Marsh al atribuirla a otras medidas relacionadas con la globalización más que los el Euro señalando los ejemplos “a contrario” del Reino Unido Suecia y Noruega y el hecho de que la inflación anterior a la ruptura de Bretton Woods era apenas superior a la posterior al Euro. Llegados a este punto nos podemos preguntar si la diferencial del interés que hubiera tenido que pagar el gobierno de España hubiese sido muy alta. Mi opinión es que la diferencia no hubiese sido muy grande al elegir un conjunto variado de divisas internacionales en las que estuviese denominada la deuda exterior; por otra parte no olvidemos que esta representa solo parte, aunque importante, de la deuda del estado que en gran medida es sustentada por fuentes interiores, menos susceptibles a los factores externos. 
Debemos de recordar que la entrada de España en el Euro, y anteriormente en la filosofía y práctica política neoconservadora encarnada en Maastricht (y continuada en Lisboa) acarreó serias pérdidas en muchos sectores industriales de España (cono por ejemplo gran parte del sector naval) que se vieron abocados a aceptar un desarme arancelario excesivamente rápido. Una lectura de recientes declaraciones de nuestro conservador Banco Central y su insistencia en que los bajos tipos de interés abarataron la deuda (que creció desmesuradamente) en nuestro país deberán de ser matizadas recordando que pocos sectores se aprovecharon de los créditos disponible para desarrollar sectores de alto valor añadido o destinados a favorecer un aumento de la productividad. Como parece olvidar el Sr. Fernández Ordoñez la parte del león consistió en lo que todos llamamos el sector del ladrillo. El éxito del gobierno de entonces consistió en producir una burbuja especulativa de proporciones gigantescas y un aumento masivo de un empleo poco productivo. Aun hoy día siguen (desde el P.P.) vanagloriándose de esto. El monstruoso aumento de unas existencias de inmuebles (invendidos en gran parte) el incremento del paro se debe a las ciegas políticas de sometimiento a los caprichos de un mercado que no hubiesen sido posibles bajo una cautela mínima de lo que se conocía, ya hace tiempo como planificación indicativa sobre un desatado sector financiero. Estas “existencias” no absorbibles durante mucho tiempo sirven como armas para hacer capitular a ciertos políticos poco afines, a la par que para debilitar las capacidades compensadoras de los poderes sociales de los trabajadores. Ello facilitará el deseado ajuste del inmediato costo laboral mediante, (como ocurrió en Alemania) una rápida bajada de los salarios reales. 
Quisiéramos al fin de mi artículo subrayar dos fracasos sociales mayores de las políticas neoliberales que se están agudizando a nivel mundial y sobre todo en Europa y recordar el desastre y la miseria que estas políticas ya han causado en los Estados Bálticos. La primera viene bien ejemplarizada por una declaración del Canciller alemán Kohl que antes de la firma del Tratado de Maastricht señalaba que la introducción de una unificación monetaria sin avanzar en una unión política sería como “construir castillos en el aire” considerando que una política que no tuviese en cuenta una solidaridad social entre países y entre las clases en cada país uno estaría abocada al fracaso. La segunda observación, estrechamente relacionada con la anterior, es la de que el fracaso institucional de una adecuada integración de la política fiscal con la monetaria conduciría, como ya ha sucedido, a un fracaso redistributivo entre y dentro de cada país, como consecuencia de políticas comunes a la U.E. A estas consideraciones debe de añadirse el carácter hegemónico de las políticas propiciadas desde una Alemania que impone medidas de ajuste sobre los países más débiles de la U.E. con escasa o nula consideración de su situación. Si al comienzo de 2004 nos manifestamos contra el neoliberalismo, un keynesianismo de guerra y unas tendencias peligrosas gritando: ¡No a Maastricht!, hoy debemos de decir: ¡No al Euro y a las reaccionarias políticas de la U.E.! Una somera consideración de un balance de costo-beneficio arrojaría (si fuese cuantificable) un saldo negativo para España. 
Debo finalmente expresar mi pesimismo; en esta coyuntura no existen fuerzas políticas ni mecanismos sociales que apoyarían a esta propuesta, ahogada como esta está por una avasalladora propaganda mediática que hace que se acepten de modo acrítico sacrificios por sectores sociales totalmente ajenos a las causa de la dramática situación actual. 


Firma José Fernando Pérez Oya. Economista M.A. por Oxford. Responsable, durante largos años del análisis económico de los países del Sur de Europa en la Comisión Económica para Europa de Naciones Unidas. 


Publicado en la revista "A Nosa Terra" en 2010. Vigo.


DE AQUELLOS POLVOS PROCEDEN ESTOS LODOS
Permítase a un viejo y rebelde economista un pequeño ejercicio de narcisista nostalgia, recordando ciertas declaraciones públicas, hoy olvidadas, y que en su época encontraron un eco muy limitado. Para tratar de guiar a mis sufridos lectores deseo hacer unas breves e impertinentes declaraciones sobre la situación actual de la mal llamada “ciencia económica”, aderezadas con algunas citas y de advertencias admonitorias realizadas por el que escribe y por otros socio-economistas  críticos que asumieron sin piedad alguna el  papel de Casandras.
Escribía yo en el año 2004, en gallego y en  un artículo titulado “Economía y sociedad en la mundialización armada” (Analise Empresarial, Xaneiro-Abril), que “la llamada ciencia económica oficial se encuentra en un  cómodo callejón sin salida de abstracción formalista y matemática alejada de la realidad”. Otros economistas coincidían básicamente con mi opinión y recientemente (Hedgehog Review , Summer 2010) hemos leído de la erudita y recocida pluma de Philip Mirowsky en un artículo que podría traducirse como “ La humillante vergüenza de los economistas”, que ha sido patente ”la incapacidad de los economistas ortodoxos o de la corriente dominante, hoy día en el poder, de prever la gravedad y extensión de la crisis que sufrimos.”

              Mirowsky cita en su escrito la opinión de Keynes que en su libro  The General theory of “Employment Interest and  Money (1936) señalaba que el fracaso de los economistas en reconocer que sus teorías no se correspondían con los hechos observados y su actitud impertérrita ante esto correspondía a que asumían una disfunción social ideológica. Su funcionalidad consistía en ser justificadora de que “mucha injusticia social y evidente crueldad constituían un incidente dentro de una estrategia de progreso”. Sus “autorizadas opiniones” coincidían en que cualquier intento de oponerse a esta realidad sería más dañino que pertinente. Esta  irrealista y despiadada actitud de los “economistas oficiales” coincide lógicamente con un interés en suprimir cualquier opinión contradictoria pues como ya había señalado J. K. Galbraith ( Thought and Action; fall , 2009) ellos se han constituido en una especie de Politburó que define lo que es un pensamiento económico correcto.  Aunque no mencionado por Mirowsky,  Karl Marx había escrito (cito libremente) :  “La naturaleza específica del objeto del que trata la economía política engloba, dispuestas a lanzarse al campo de batalla, las pasiones más violentas mezquinas y odiosas que alberga el corazón humano; las Furias desbocadas del interés privado”.  Las investigaciones libres y científicas siempre  encuentran  , ayer como hoy, obstáculos en este campo. Es por ello por lo que los economistas o sociólogos no incorporados a los mecanismos del poder social constituimos una casi ínfima minoría.

Excursus  sobre opiniones y fuentes teóricas  acerca de la crisis.
Ello viene a cuento para tomar una cierta distancia de las opiniones de Mirowsky, que no trata del esfuerzo realizado por muchos científicos sociales críticos para tratar de la actual crisis. Éstos se reclutaron mayoritariamente en el campo marxista -aunque existen discrepancias dentro de éste en diferentes tomas de posición- y, subsidiariamente, entre los  keynesianos seguidores de Minsky, institucionalistas, y socio-economistas. Los estudiosos del caso pueden recurrir para más información a mi e-mail, aquí incluido, pero es necesario que mencionemos revistas como  Historical  Materialism, Review of Radical Political Economy, Science and Society, Actuel Marx (en francés), Monthly Review, Rethinking Marxism, y los “blogs” Economic perspectives from  Kansas City el del Levy Economic Institute and Bard College,etc. Entre los libros afines a las tendencias antes señaladas destacanThe Credit Crunch  y  No Way to Run the Economy, de Turner y el de Robert B. Reich “Aftershock” que incide como los de Turner en tendencias distributivas. el  más recomendable resulta ser el último del eminente marxista D. Harvey, The Enigma of Capital; el de M. Roberts, The Great Recession; el de M. E. G. Smith, Global Capitalism in Crisis; , el de A. Kliman,The Persistent Fall in Profitability underlying the Current Crisis. Entre los más recientes en ingles señalaremos el de C.Harman: Zombie Capitalism y de A. Callinicos: Bonfire of Illusions.
Varios autores han publicado en francés e inglés como en los libros de  G. D. Dumenil y D. Levy (particularmente los titulados Crisis et Renouveau du Capitalisme y The Crisis of Neoliberalism ). Entre otros encontramosel de Johsua, La grande crise du XXIe siecle; el muy útil de  E. Mandel :La crise 1974-1978, en este libro( de 1978) se alertaba del peligro evidente de :la socialización de las pérdidas ;,el de F. Lordon: La crise de trop; el de Liem-  Hoang Ngoc :Sous la crise, la repartition des revenues; el de H. Husson, J. Johssua, E. Tousaint  y Zerbato, Crises structurelles el financieres du Capitalisme, de E. Toussaint y Millet: La crise, quelles crises (traducido al español) ; los trabajos de ATTAC, el de A. Lebowitz, The Socialist Alternative; el publicado por varios autores, lógicamente en francés, por “Actuel Marx”,Crises Révoltes Resignations; el algo antiguo (de 1987) pero imprescindible de P.S. Sweezy y H. Magdoff, Stagnation and the Finantial Explosion; la recopilación y comentario de textos de Karl Marx realizada por D. Bensaïd; el publicado recientemente por el Socialist  Register, editado por L. Panitch y otros, The Crisis This Time ; y posiblemente otros que he olvidado.
Pido disculpas por esta larga retahíla a mis lectores pero la justifico por la necesidad que sufrimos en España, debido a la exclusión de la práctica totalidad de estas fuentes. Estas reflexiones son culpablemente omitidas por nuestros manipulados medios de información de masas, y la escasa información prevaleciente en nuestras instituciones educativas dominadas por un pensamiento único importado básicamente de los E.E. U.U. de América.  Recuerdo, en este contexto, una reciente conferencia en la que Steiner lamentaba la exclusión del marxismo de los curricula de nuestras universidades, que se asemejaría a excluir la aportación de Freud en una escuela de psicología.
En este momento, debo subrayar que los economistas críticos que vienen desde hace tiempo preocupándose por el problema de las crisis cíclicas del capitalismo reinante, y de la bajada en el ritmo de crecimiento económico sufrido desde el fin de la década de los años 70 por los países más avanzados, gozan de una ventaja decisiva sobre los economistas burgueses sorprendidos por el estallido de la crisis. Un ejemplo viene dado por el libro, previamente mencionado de M. Husson, J. Johsua y otros (publicada hace 9 años) y de una enorme multiplicidad de artículos publicados en las revistas antes citadas. Los economistas inspirados por el marxismo tratan de encontrar mecanismos inmanentes derivados del “modus operandi” del sistema por lo que aceptan con facilidad que atravesamos una crisis sistémica, mientras que otras escuelas se centran en disfunciones sistémicas parciales, en factores morales, o en elementos de psicología.
La vaguedad y superficialidad de estos enfoques, alejados de cualquier inspiración marxista, nos parece patente en trabajos como los de G.A. Akerlof (Animal Spirits), J. Stiglitz (Freefall), J.Cassidy (How Markets Fail), E. R. Sorkin (Too big to fail), J. Authers (The fearful Rise of Markets) y P. Krugman (The return of Depression Economics, y sus muy difundidos artículos de prensa). El esencialismo de los trabajos influidos por el marxismo, confiere a estos un evidente pesimismo en cuanto a la posible reparación de un sistema, que para lograr su superación debería sustentarse en un cambio social radical. Esta necesaria y radical ruptura parece, en estos momentos, seguir buscando un perdido “sujeto histórico” y  nuevas formas organizativas adecuadas. En contraposición con este las  propuestas de inspiración más acorde con la corriente dominante principal inciden en defectos parciales del sistema que deben y pueden remediarse, como ya hace tiempo (2008) predicaba R. J. Shiller en “ The Subprime Solution”.
La base ideológica  que sustenta el poder socio-económico efectivo experimenta cambios para adaptarse a una mejor defensa y justificación del status quo. Hoy parecen bastante desacreditadas las teorizaciones de Barro, Sargent, Lucas, Sala i Martin y tantos otros “gurús” que campaban entre las expectativas racionales, la omnipotencia del mercado, la incapacidad del Estado como elemento equilibrador o de estímulo etc. Pero su poder social resiste incólume a los embates de un renovado “keynesianismo bastardo”, no redistributivo, rescatador del sector financiero y de los obesos bancos (muy bien descrito en el libro de Lynn Turgeon).
Hace ya cierto tiempo (Mayo-Agosto 1997) escribí un artículo en Analise cuyo título es ilustrativo de mi posición (Consideraciones sobre la  Gran Misa de Requiem oficiada por los sacerdotes de la “Eurocrácia”). La vieja tesis de Keynes de lograr la eutanasia del rentista ha quedada suplantada por la contraria: rescatemos al sector financiero, origen de la crisis. El mítico mercado sigue siendo el depositario de un desigual y jerarquizado poder de clase que en él se encarna. Un ejemplo nos viene dado por las conclusiones del grupo de los países del G-20 en Toronto de Junio del 2010 en las que se afirmaba, en el momento más álgido de la crisis, la necesidad imperiosa y la  adecuada opción de apoyar los mecanismos del “mercado libre” para resolver la crisis. Mirowsky ironiza sobre las tesis de “gurús” como J. Crochane (del “Think Tank” Cato Institute) cuando en igual época insistía en la mítica y mil veces refutada tesis de la “equivalencia de Ricardo” según la cual los gastos gubernamentales no tienen la menor repercusión sobre la economía. La economía afirmaba “puede recuperarse rápidamente de la escasez de crédito (credit crunch) si no interferimos en ella”.
La filosofía del poder económico sigue los dictados de una “economía de la oferta” a la que lo único que le interesa reducir los costos laborales (lográndolo naturalmente por una reducción de los salarios reales) para de ese modo restituir el crecimiento de los beneficios y el dinamismo del sistema.  Las tesis elementales de Díaz Ferrán de trabajar más y cobrar menos se aproximan peligrosamente a las viejas y sofisticadas tesis de Don Patinkin cuando nos hablaba del efecto de los “balances reales” que al revalorizarse lograrían un nuevo crecimiento del sistema. El delirante crecimiento de la liquidez del sistema (según el Banco de Balances Internacionales de Basilea 4000 “billones” ( sajones, o sea 4000 millones decimales) de transacciones cada día, o sea 60 veces el comercio de bienes y servicios) de la que P. Artus trata en su libro: La liquidité inconturnable, y A. Nevetaiulova: Finantial Alchemy in Crisis, no impiden a estos nuevos “gurús” seguir sustentando las tesis  de una “economía de la oferta” favorecedora de nuevo de una redistribución del ingreso global a favor de los ricos, que ellos mismos  reconocen son iniciadores y principales causantes de la crisis. La tesis contraria, marxista, de una contracción en el tipo de beneficio a largo plazo nunca viene mencionada.
El último episodio del histérico abandono de las políticas keynesianas de sustentación de la demanda agregada a través de los déficits fiscales responde a estas obstinadas políticas clasistas. En un momento surgió la esperanza, entre los supuestos salvadores y reparadores del sistema, de que el Presidente Obama podía sustentar una política keynesiana; esta esperanza se ha visto frustrada por la determinada actuación de todas las fuerzas sociales (económicas, jurídicas, parlamentarias y de difusión ideológica) que movilizaron los llamados “halcones del déficit”. Como ha señalado el gran especulador y hoy filántropo Soros, en Toronto (reunión de Junio de 2010) las ideas (monetaristas y neo-mercantilistas) de Merkel han prevalecido sobre las de Obama. Como todos sabemos la administración estadounidense ha estado infiltrada por personas favorables a los intereses de Wall Sreet. En este mismo texto (accesible en su “blog”) Soros nos dice que “los responsables políticos del mundo tienen que aprender a dirigir los mercados si no quieren secundarlos” y señala que Alemania (es decir el gobierno alemán) ”determina las políticas fiscales y monetarias de la Zona Euro”. Estas últimas citas nos conducen lógicamente a ciertos textos propios sobre opciones de política en España que me atrevo a citar a pesar de cierto inelegante sesgo “pro domo” que contienen.
Entrada de España en el tratado de Maastricht.
Mi artículo de “Analise Empresarial” Nº 79 (Septiembre-Diciembre de 1992) se iniciaba lamentando que en España éramos testigos de la “ausencia de un autentico debate público- que se manifestaba en una rotunda negativa desde el gobierno y la oposición sobre la oportunidad de consultar al pueblo- así como también en la actitud muy sesgada de los medios de comunicación que, en general, apoyaban la adhesión”. Al déficit democrático externo, manifestado en el alejamiento del  la Unión Europea entre los organismos responsables de las políticas monetarias y las instancias decisivas de poder popular ( electoralmente refrendadas y legitimadas electoralmente) que sustentaba la mayoría de sus miembros, se unía la actitud despectiva y arrogante de nuestro supuestamente democrático gobierno que parecía aconsejable no contar con que el indocto pueblo se manifestase. Los temas enfocados rebasaban los cortos intelectuales alcances de la ciudadanía lo que podía conducir: “ en opinión del Sr. Elorza a rebajar el nivel del debate, como había sucedido en Fancia”.
En el texto se criticaban acerbamente varios aspectos del futuro tratado entre ellos podemos señalar:
1º-La desvinculación de las políticas monetarias de de una común fiscalidad.
2º- La relegación de las políticas sociales a un nivel subsidiario.
3º- La cesión de la soberanía sobre aspectos tan fundamentales como el tipo de cambio, que establecía como único mecanismo de ajuste, ante un desequilibrio externo, la manipulación de los salarios reales. Esto situaría políticamente al país en  una situación  subalterna o de  convertirse en un satélite.
4º- Estrechamente relacionado con el anterior el temor de verse abocado a la introducción de políticas monetaristas y conservadoras puesto que: las instituciones monetarias previstas en el Tratado están calcadas del “Bundesbank”. Aparentado a lo anterior concurría con B. Cassen (del Monde Diplomatique) en que el Tratado podía convertirse en una forma de chivo expiatorio al presentar ciertos impopulares ajustes como impuestos desde el exterior.
5º- Una denuncia a la gran coartada al presentar el Tratado como algo necesario, indivisible e indeformable siendo el caso que  como demuestra el ejemplo del Reino Unido y de sus varios “opting out” o desvinculaciones parciales esto es falso. La posibilidad de introducir estas excepciones se de deriva del poder social y negociador de los posibles nuevos miembros. En este contexto ya señalábamos entonces que. “Las condiciones establecidas en Maastricht imponen un costo excesivamente elevado para las economías del sur de Europa”. (Hoy vemos convertidos estos países en unos “PIGS” y nos solazamos con las brillantes homilías del intelectual economista Krugman (ex consejero de ENRON) que acaba de descubrirnos la pólvora en recientes artículos del 26-11-2010 en el New York Times y en El País tres días más tarde).
6º-En nuestro artículo atacamos cierto elitismo burocrático y tecnocrático que atraviesa toda su filosofía política. La Europa propuesta no es una Europa de los pueblos si no de los estados, en la que prevalece el poder ejecutivo, encarnado en un areópago de primeros ministros o jefes de Estado, llegando a afirmarse en su artículo 128 que contribuirá el florecimiento de la cultura de los Estados, y no de los pueblos. De parecida manera los artículos 123 y 127 muestran su enfoque anti humanista al afirmar que se debe de lograr de  los trabajadores. “su adaptación a las transformaciones industriales y a los cambios en los sistemas de producción”.  Es la sociedad y el ser humano los que deben adaptarse no contrariamente adaptar el sistema de a las necesidades humanas, o dicho de modo más claro hay que adaptarse a los dictados místico- teológicos de un exógeno y demiúrgico mercado.
Por lo anterior terminaba afirmando: ¡No a Maastricht!
Relativamente recientemente ( A  Nosa Terra, Junio de 2010) he publicado, con obvia y frustrada intención polémica una nota que titulaba irónicamente: “Reflexión radical: El Euro, de salida, si”. En este artículo tomaba una crítica distancia ideológica con los que suponen que la incorporación de nuestro país en el Euro ha sido totalmente benéfica. En la nota recordaba que muchos sectores productivos habían sufrido una reconversión brutal que no tomaba en consideración en una superficial narración de costos y beneficios nunca comprobables por ser  históricamente contrafactuales.  Incluso aceptando que se hubiese producido un menor costo de nuestra deuda exterior esta sirvió más para inflar la burbuja inmobiliaria que padecemos que para la promoción de sectores productivos con alto valor agregado por empleado y situados en la expansiva frontera técnica.
Vigo, Diciembre-2010.
Firma: José Fernando Pérez Oya.- Email jperezoya@mundo-r.com-
El autor es B.A. y Master por Oxford, y ha sido durante largos años (1958 a 1990) experto economista de Naciones Unidas en la Comisión Económica para Europa y en la paralela institución para America Latina.



MIRADAS SOBRE LA SITUACIÓN DE LA ECONOMÍA MUNDIAL

En el clásico de Saint-Exupery, “El Principito” se habla de un curioso personaje que parece creer que todo el universo obedece a sus órdenes, que nadie, en realidad, sigue ni atiende. Cuando el Principito le solicita una  inmediata puesta de sol , el extraño anciano consulta un calendario astronómico, explicándole que solo a una determinada hora dará esa orden, ya que sus órdenes deberán siempre  de ser razonables. Con los responsables de las políticas económicas sucede algo parecido, pero peor, raramente son capaces de predecir cambios importantes y sus visiones de futuro suelen ser posteriores a los cambios, que una realidad,  escasamente razonable, impone, y clama con urgencia  para que lleven a cabo medidas cuya  necesidad pocos parecían haber previsto, aunque sus síntomas eran claros y perceptibles.
Hoy en día nos hallamos ante esta situación, oímos hablar de crisis económica mundial, pero no todos los expertos están de acuerdo en cuanto a su origen, su profundidad y permanencia, su capacidad de transmisión, la eficacia de ciertas medidas para remediar una situación  no deseada, ni en otros muchos e importantes aspectos. Se podrían dar una enorme cantidad de ejemplos en las equivocadas apreciaciones de grandes economistas. Trataremos de ofrecer un breve sumario de la diferente toma de posición ante el actual problema planteado por la crisis de das diferentes escuelas ideológicas de la presuntuosamente llamada ciencia económica , lo que constituirá una sección posterior de este documento.
De momento., limitémonos  a dos  contribuciones europeas que indican que algunos aficionados apuntan mejor que algunos profesionales. En el reciente libro de  A. Brender y F. Pisani ( Del año 2007 :Les désequilibres financiers internationaux) podemos leer: ” la prudencia de una mayoría de las economías domesticas, unida a los mejores métodos de evaluación de su solvencia por parte de los organismos financieros , debería ser suficiente para evitar un alza inquietante de la proporción de préstamos problemáticos, por lo menos mientras la economía  se encuentre próxima al pleno empleo”. Hoy sabemos que lo que está  sucediendo en EE.UU. es exactamente lo contrario a lo descrito: las instituciones financieras han presionado al sector privado  ( muchas veces insolvente) a contraer deudas no recuperables  (como las hipotecas “sub-prime”  de alto, casi disparatado riesgo), en la esperanza de pingües  beneficios a corto plazo y  de que su especulación y corruptas operaciones no tendrían un fin previsible. En el mismo país y en casi la misma fecha (Enero de 2007) Paul Jorion afirmaba en su libro : “Vers la crise du capitalisme americain”; que el sistema financiero, minado por su inmanente lógica especulativa , no podría prolongar su expansión indefinidamente. El estallido tendria su muy probable epicentro en los EE.UU. y su centro de mayor vulnerabilidad no sería la bolsa,  si no el sector inmobiliario, que está llegando a sus límites. Jorión afirmaba, un tanto apocalípticamente, que la transmisión de la crisis parecía inevitable y de que un hundimiento en EE.UU haría: “temblar al mundo”.  Tendremos , posteriormente, ocasión de opinar que su última afirmación nos parece excesiva.
Cruzando  ahora el Atlántico conviene mencionar que  la visión de ciertos profesionales académicos , mayoritariamente de inspiración marxista ,aparecen sorpresivamente refrendadas por las de hombres de empresa lúcidos, y ello desde hace por lo menos dos años. Contrastemos ciertas aserciones. John Bellami  Foster  publicaba el la : “Monthly Review” una serie de artículos cuyos títulos rezan (y traduzco): La burbuja de las deuda residencial (Mayo del 2006); “La explosión de la deuda y la especulación” (Noviembre de 2006), “El capitalismo financiero monopolista” (Diciembre de 2006) y finalmente  : “La financiarización del capitalismo” (de Abril de 2007). En un reciente artículo  (Abril de 2008) Foster ha insistido sobre sus tesis pero ya en Abril de hace un año escribía:  Tan crucial ha sido la burbuja inmobiliaria como contrapeso de un estancamiento y como base a la financiarización , y tan profundamente relacionada con el bienestar básico de las familias de EE.UU. que la debilidad actual del mercado inmobiliario podría dar lugar a una aguda crisis económica y un amplio desastre financiero”.
Conviene finalmente afirmar que algunas instituciones  internacionales , centros de investigación económica  y prestigiosos profesionales, han señalado la existencia de riesgos sistémicos asociados a un auge excesivo en la Bolsas de EE.UU. y el constante  y creciente endeudamiento del sector privado en el país, pero que , por motivos políticos relativos a las clases detentadoras del poder del estado,la casi total mayoría de las advertencias apenas han tenido seguimiento en medidas económicas ni recibieron atención mediática y pública previa a al estallido de la actual crisis. Esta crisis puede hoy de calificarse de vieja, dado que muchas advertencias datan del verano de 2007. En ese momento  (véase el New York Times del 30 de Julio )y para , solo aparentemente, tratar de responder a la preocupación de ciertas organizaciones de defensa de los consumidores de EE.UU. varios miembros de instituciones oficiales de supervisión bancaria se reunieron el 29 de Junio con la supuesta intención de hacer más estrictas las reglas que afectaban a las hipotecas  “subprime” o hipotecas con garantías  infra-calificadas ( o mínimas) y hacer difíciles los llamados “ prestamos para mentirosos” que se concedían con documentación o investigaciones sobre capacidades de ingreso o moralidad del deudor nulas o inadecuadas.  Ya entonces el aumento de precios del sector inmobiliario residencial se estaba frenando hasta alcanzar importantes valores negativos el año actual. Los consumidores más conscientes observaban, ya entonces, que las “foreclosures”, es decir  los cambios en la titularidad ( o embargos)de una propiedad hipotecada en beneficio del  impagado prestamista, (que han alcanzado en 2007 a más de un millón de familias y es posible que este pasado año haya afectado, según estimaciones de un economista miembro de la francesa organización ATTAC,  a unos tres y medio millones de familias con el consiguiente infringido  sufrimiento de 17 millones de personas) sique incrementándose de modo preocupante. De nada valió el que los consumidores tratasen de que las reglas de endeudamiento se hicieran más estrictas, todo quedó reducido a vagas recomendaciones  para mejor supervisión y a operaciones cosméticas.
El ambiente económico prevaleciente.
Las razones por las que este tipo de sucesos se producía era una consecuencia de un complejo ideológico interrelacionado, asociado con el neoliberalismo en los aspectos de la economía y el neoconservadurismo político general, más evidenciado en  una acentuación del impulso estadounidense dirigido a la obtención de hegemonía militar y geopolítica,  belicosa, agresiva y creciente que , según sus sustentadores, parecía hacer factible la desaparición de un anterior equilibrio bipolar. Las tendencias más conservadoras, favorables a un mercado desregulado, a una reducción del papel del Estado en educación, sanidad, “soft  power” o poder de imitación o contagio en valores culturales o sistémicos económico-políticos, a la reducción de políticas redistributivas (excepto aquellas a favor de los estratos más ricos de la población) y otras muy notorias han marcado toda una época desde Reagan y Thatcher,  en el Reino Unido, a los dos Bush. El elemento fundamental sistémico, estructural y de poder político es el gran interrogante de si estamos ante un nuevo campo ideológico y de poder político, tanto en lo económico como geopolítico y social,  o si nos limitaremos a operaciones de reforma parcial que no lograran introducir  leves pero sustantivas reformas del sistema que lo conducirían a nuevas formas de keynesianismo. No sabemos con certidumbre el posible resultado político que deberá tener lugar en el corazón del sistema en el mes de Noviembre de este año. En este momento las triunfantes melodías de los peregrinos del monte “Pelerin”, de la “Heritage Society” del dominio ideológico de Hayek, Von Mieses,  Don Patikin,. Milton Friedman  ,y de tantos otros parece oírse atenuado, en sordina , pero no aparece clara una alternativa ideológica coherente, ni un conjunto de fuerzas sociales convergentes que pudiesen sustentarla en caso de que se configure.
En este ambiente dominado por una creciente desigualdad en los ingresos personales y familiares en EE.UU. es digna de notar por su carácter, oportunista y  cínica, la reiterada afirmación de Alan Greenspan (el presidente del FED  ,o sistema federal de reserva anterior al actual A. Bernanke) de que existía una “exuberancia irracional” que favorecía una actitud general hacia la especulación que podría hacer correr riesgos al sector financiero y a la sociedad en su conjunto. Lo que conviene señalar es que el principal responsable de ese ambiente fue el mismo Greespan que implementó con decisión inusitada una política monetaria permisiva y una eliminación de cualquier medida económica o institución de supervisión que facilitara una mayor transparencia en toda clase de transacciones y se opusiera a los dogmas neoliberales de la omnipotencia  y omnisciencia de un mercado no reglamentado. Hoy día grandes expertos como, Paul Samuelson ( International Herald Tribune , del 18 Marzo) o P. Krugman (New York Times, 17 de Marzo) , han redoblado las críticas a Greespan,  culpándolo de la duración y profundidad de sucesivas oleadas especulativas  en EE.UU.(durante más de dos  décadas, desde los “junk bonds” o bonos basura, al fin de los 80, hasta hoy) , pero pocos recordamos su  volátil adscripción a cualquier tesis de moda dentro de un amplio abanico conservador. Como un ejemplo basta ,  consideremos su opinión de  retornar al “patrón oro”, cuando nuestro “gurú” colaboraba con la ultraderechista Ayn Rand. “Peccata minuta”, afirman algunos.
Es descorazonador verificar que salvo  pocos economistas, hoy marginados,  de escuelas económicas que se apartan de la  “mainstream” o corriente ideológica principal y hegemónica, como serían los miembros de las escuelas institucionalistas , de la regulación ,  evolucionistas, marxistas o neo-marxistas, se atreven a realizar un análisis que abarque, a la vez aspectos económicos y sociales en una forma de que (plagiando a  B. Bürgenmeier) podría llamarse socio-economía. El dominio hegemónico del “establishment” en todos los “media” o medios de difusión de masas especializados en temas económicos hace soslayar los temas que no se ajusten a las categorías objeto de discusión o debate. Un ejemplo reciente nos viene dado por la británica y conservadora revista “The Economist”( del 20 de este mes de Marzo del 2008) en el que publica un magnifico y erudito artículo sobre la financierización de la economía de EE.UU., los círculos especulativos existentes, la conversión de títulos deudores en activos negociables o en  fondos especulativos que se autoalimentan, la conversión de la banca de inversiones en “maquinas de producir deudas( posteriormente convertidas en activos )y de nuevo en  deudas, la proliferación de las formas de los activos vendidos en formas crecientemente complejas como los productos  “derivados”,  etc.  Por mucho que los busquemos no hallaremos en el artículo las relaciones circulares causa-efecto en las que intervengan sujetos, activos o pasivos (del latin “patere” o  sufrir) de la sociedad civil y real. De este modo el reciente descenso del ritmo de crecimiento económico en EE.UU., la redistribución del GNP a favor de las clases más pudientes, la debilidad que esa determinada política ha conllevado en la balanza de poder y el contrapeso social (“countervailing power”) de las organizaciones de defensa de los trabajadores en los EE.UIU, su descrédito, decadencia, su  acción timorata frente a políticas  o amenazas de deslocalización o precarización,  la dispersión o fragmentación de la demanda, la mención de las políticas de flexibilización sobre los empleados (o mano de obra), y otras causas importantes quedan soslayadas. Todo parece ser atribuido a una inexplicada tendencia hacia la “globalización”, a la creación de un mercado mundial favorecido por factores técnicos como aquellos incluidos en la creación, adopción, y extensión de las tecnologías de la información y comunicación. Nos parece que si esta tendencia globalizadora existe ( como es el caso)es pertinente que nos preguntemos si corresponde a medidas que han sido introducidas, y en favor de cuales segmentos de la sociedad  y también en cuales países  y bajo que estímulos o presiones se implementaron. Esta revista y otras similares lamentan, si definirlas, las tendencias proteccionistas o populistas que aquejan a parte de la población mundial pero raramente se ocupan de los vínculos existentes entre ciertos organismos o mecanismos institucionales, las políticas generales adoptadas y las clases, países,  o los poderes que las promueven o defienden.
Desde un punto de vista teórico se puede observar que, aparte los autores franceses citados anteriormente los estudios más recientes de las crisis financieras corresponden a las tendencias filosóficas marginadas, como son los libros de Jan Toporovski  (Theories of finantial disturbance, E. Elgar 2005) o el excelente estudio de varios autores de inspiración marxista :“Value and the world economy today” (Palmgrave 2003) en cuyos análisis no podemos entrar con detalle pero de los que trataremos, en sección posterior, de dar cuenta brevemente. Debemos hacer notar que los cambios institucionales y otros relativos a la  crecientemente compleja operación del sistema dificultan, por sus fluctuaciones, abstractas modelizaciones elegantes ,como la que ya en 1986 nos ofrecía H.P. Minsky, y que estudios más antiguos como los de J. K. Galbraith , T. Veblen,  y de  C.P Kindleberger siguen, al día de hoy, ofreciéndonos sugerencias e ideas muy valiosas. El estudio de Galbraith es de particular relevancia porque en él se tratan temas redistributivos y los de Kidleberger porque comprueban la historia recurrente de las crisis del sistema e inciden particularmente,( como lo hace hoy Krugman), en el aspecto psicológico de las motivaciones de los intervinientes en el proceso como bien indica su título: “Manias, panics, and crashes” de 19809. En general podemos afirmar que las diferentes escuelas de inspiración marxista  tienen una ventaja sobre las de los economistas de la tendencia predominante en círculos académicos actuales y es la de situar las contradicciones del sistema en que ahora vivimos dentro de un ámbito mucho más amplio que abarca lo social (oposiciones y luchas entre clases) y lo ideológico tanto como justificador de un determinado poder como inspirador de cambios políticos a favor de una cierta configuración de las élites sociales dentro del poder político. Como subraya J. Joseph en un reciente libro(“Marxism and social theory”- Palmgrave 2006) la gran ventaja de las diferentes escuelas marxistas  es su aceptación del carácter multidisciplinar del marxismo que abarca, la filosofía, la sociología, la economía política la historia y el estudio de la cultura. Ello no es óbice para que existan grandes debates contradicciones, y oposiciones radicales entre  los marxistas, de las que un reciente ejemplo lo encontramos en la discusión de un aspecto tan fundamental en Marx como su teoría del valor, entre por un lado A. Freeman y Andrew Kliman y del otro S. Mohun y  R. Veneziani (en la revista :”Capital and Class”,  Nºs 93 y94). En cierto modo es cierto lo que dice Suizanne de Brunhoff cuando afirma  que “Marx no quiso trazar una teoría general de las crisis de crédito y aun menos de hacerse un coyunturalista”; pero se puede pensar que las  repetidas crisis de un sub-sistema , que opera dentro de un sistema más general, afectan a este y pueden alterar su carácter. Por otra parte el situar a una crisis parcial dentro de unos círculos concéntricos y más amplios de las múltiples contradicciones de un sistema nos brinda una perspectiva que nos permite una evaluación más amplia y precisa de lo que ocurre.
Me permito, en relación con lo que acabo de decir, de realizar  una digresión sobre la situación de los que, como la del que escribe, y desde un neo-marxismo  crítico subrayamos las insalvables contradicciones del sistema y las de aquellos que opinan que puede perpetuarse a través de reformas que dejan incólume su esencia ,  supuestamente beneficiosa a la larga para toda la humanidad. En este momento histórico todo cambia, todo se sitúa dentro de un fluir heraclitiano cuya dirección nos desconcierta y nos parece casi  imprevisible. Desde nuestros, no siempre coherentes puntos de vista, nos damos cuenta de que la flexibilidad de ciertas posiciones filosóficas o ideológicas  otorga un terreno muy sólido a nuestros rivales y ello es así porque la principal base de descripción de una cierta realidad viene, en última instancia, determinada por una intención prescriptivo-normativa que trata siempre de justificar una hegemonía de clase y de sistema, frente posibles amenazas de subversión. La variación en la  proyección y manipulación mediática de la imagen de una  determinada realidad ,  la ideología legitimadora de la misma, y los retoques institucionales a la superficie de un sistema puede cambiar mientras que sus bases sociales permanecen inalteradas. Un análisis marxista de una dada realidad social no solo tiene ventajas si no también inconvenientes. La enorme ventaja es el de tratar de abarcar la totalidad social,  el inconveniente es  la de que al hacerse una sociedad más compleja,  multiplica, la cantidad, importancia y motivación de sus actores ,  las fronteras definitorias de sus competencias y funciones ( que frecuentemente se hacen más difusas), y la articulación entre  estos acores sociales, su formas de cooperación y su posible oposición cambian a la par de sus funciones. Los ejemplos de lo que está ocurriendo pueden multiplicarse casi al infinito. ¿Qué actor es más definitorio de una cierta relación entre entidades estatales? ¿ Son hoy los actores más fundamentales las empresas transnacionales que operan en un lado pero cuya estrategia y dirección vienen de otro? ¿ Qué valor conceder a los intereses geopolíticos asentados en cierto estado?¿ Qué importancia conceder a su intención  al impulso hegemónico de su estado o actor que opera desde él ,  ya sea este compartido o impugnado desde otros centros y vectores de decisión y poder? Aunque posteriormente se tratará con brevedad de ciertas opiniones dentro de las escuelas marxistas, nos parece que tanto sus categorías analíticas, como su implacable deseo de cernir una compleja realidad les concede una gran ventaja sobre otras. En cierto modo una objeción general que se le podría hacer a los sociólogos de inspiración marxista es la de una tendencia hacia unas formas de abstracción  racional de los cambios sociales que frecuentemente pueden corresponder a motivos irracionales sean estos emocionales (véase de P. Braud L’emotion en politique ,1996) o de arrastre e inercia de viejas ideologías valorativas  y ya caducas, incapaces de evitar tendencias autodestructivas a nivel de especie. El viejo esquema  de cierto marxismo falso y oficializado que suponía la actuación de una élite (o partido) promotor de un cambio de conciencia en un pre-existente sujeto social (proletariado) que apoderándose de los resortes principales del estado y la economía, construiría, a través de una más eficiente modo de producción, una sociedad sin explotación, opresión ni alienación se halla en total descrédito. Existe sin embargo una clara conciencia colectiva pero difusa que las irracionalidades del sistema social prevaleciente (distributivas, ecológicas , demográficas ,etc.)y de sus injusticias.  Con un cierto y quizás desmesurado optimismo empezamos hoy a percibir (a través de las actuaciones de los grupos altermundialistas,  del Foro Mundial Social,   demúltiples  ONGs, y de la vitalidad y profusión de múltiples movimientos sociales opuestos a las realidades más injustas del sistema imperante)  un giro político en el que los elementos sociales más conscientes. En todos ellos aprecio la inspiración de Henri Lefebvre para elevar su crítica de lo cotidiano hacia instituciones o mecanismos sociales que deben de ser  modificados o suprimidos. No se trata de eliminar el intercambio de divisas sino preferentemente de moderarla mediante impuestos y vigilancia para que no se conviertan en mecanismos gigantescos de especulación (por ejemplo las acciones de ATTAC y su promoción del impuesto Tobin). La crítica a actividades en parte parasitarias como la proliferación de complicados instrumentos financieros ( los llamados productos financieros “derivados”, cuya posible parcial utilidad ha sido defendida por un autor marxista como Dick Bryan en  el libro: “Value and the world economy”) pueden convertirse en instrumentos útiles en otro contexto de la llamada globalización. Esta actitud crítica tiene una larga tradición cultural y ética en Europa que va desde Aristóteles y sus observaciones sobre la “crematística”, a la  las condenas de la usura en época medieval ,  y sigue con  Marx señalando la ausencia de carácter productivo en ciertos circuitos de circulación dineraria  y Keynes  con su política económica de: “ eutanasia del rentista”. No se trata de lograr divulgar moralinas desde diferentes púlpitos, si no de cambiar una realidad social (el ser) para desde la base alterar la conciencia colectiva y sus valores.  Un ejemplo nos viene dado por( el, relativamente fácil), tratamiento de la homosexualidad; si logramos alcanzar cierta permisividad social y jurídica hacia ciertas formas de relación ( entre grupos ciudadanos previamente  oprimidos y jurídicamente discriminados) lograremos que ciertos “valores” inspirados con  frecuencia en prejuicios  metafísicos, metasociales,  e ideológicos (frecuentemente de origen religioso) se vean acallados u olvidados y  que un grupo humano goce de amplia aceptación social.
Contra estas tendencias debemos señalar la evolución de la acción social de un amplio grupo  de ciudadanos que participa cada vez menos en una acción tradicional política a través de las oportunidades que conceden los mecanismos de las democracias representativas, lo que sido llamado en múltiples estudios crisis de las democracias. Estas tendencias son objeto de un agudo debate, dentro de la intelectualidad  tanto de izquierda como conservadora de Francia y en este debate participan  desde A. Filkienkraut  a J. Ranciere,  M. Abensour , C.Castoriadis, C.Lefort , E. Colombo y otros muchos que han tenido un reflejo mucho menor en España. Justo es recordar que entre los tratadistas anteriores al debate actual debemos rendirle tributo a Alberto O. Hirschman que ha sido un verdadero pionero en el debate y que señalaba hace bastantes años (en 1982) las dificultades de  coordinación entre los intereses privados (tal como podían ser percibidos) y una acción pública más opaca y lejana. Quiero unir mi elogio a Hirschman al  de Christian Chavagneux  ( Les enjeux de la mondalisation III, La decouverte 2007) que subraya que este sentimiento colectivo de opacidad , decepción e incapacidad para lograr cambios ha redundado en muchos casos en movilizaciones que favorecen un casi neurótico interés por la esfera de lo privado. La proliferación de sectas, el interés por la perfección personal (que abarca el interés invertido sobre el propio cuerpo), la fascinación por una proliferación, muy mediática, de  supuestos paradigmáticos líderes en campos diversos . Todo resulta de nuevas formas alienantes de percepción de lo colectivo. Las teorizaciones económicas, incluso las que se suponen más críticas como ciertas corrientes marxistas, no han sido imunes a estas consideraciones de lo social  ya que están muy influenciadas por una visión individualista. Recientemente D. Laibman (Science and Society , April 2008) que la escuela del llamado marxismo analítico pretendía integrarse en las tendencias prevalecientes y dominantes en las ciencias sociales y trataba de dar cuenta de ciertos cambios sociales como una confluencia o suma de las percepciones, los intereses  y las decisiones individuales. Laibman, (con el que coincido), señalaba que esto es erróneo ya que una teorización individualista no puede dar cuenta ni analizar la formación de una conciencia colectiva forjada principalmente a través de acciones y luchas comunes.
La negación de un nivel de análisis diferente ha sido siempre una constante de los defensores del status quo y recibió una expresión muy clara en la frase de M. Thatcher en la que se reducía  lo social a una mera suma de individuos. Visto desde una distancia, personalmente amplia vemos que muchas de las teorizaciones sociales existentes corresponden a posiciones de filosofía social que se insertan en actitudes en las que se definen los dos polos opuestos del individualismo y del comunitarismo tratados estos con particular profundidad por  S. Avineri y A. DeShalit (En  “Communitarism and individualism” ;UK 1992). La integración, desde posiciones críticas de izquierda supone grades dificultades pues por un lado  ciertas teorizaciones conservadoras implican un comunitarismo tradicional organicista y jerarquizante , que la izquierda igualitaria y anti-autoritária o autonómista rechaza,  y por el otro una extremada posición individualista eleva el intercambio del mercado a única forma de racionalidad excluyendo toda acción política por parte de instancias institucionales que no acepten esta “racionalidad” plenamente (como podría ser el estado). Visto desde esta  posición ,extrema en ambos sentidos, nos parece evidente que el fracasado intento de O. Lange   Nemchinov, Kantorovich y otros para dotar de mayor eficacia a un sistema planificador (como en la obra : “The use of mathematics in economics”
La política neoconservadora de origen angloamericano ha borrado muchas fronteras entre lo público y lo privado y el terreno de enfrentamiento es difícilmente discernible y está frecuentemente situado en instancias intermedias el poder enorme de las grandes empresas y la falta casi complete de una institución política o estatal que imponga ciertas normas es visible en muchos campos. Un poder político sometido a una cura de adelgazamiento para dejarlo reducido en todos los aspectos (que no sean el del poder militar y de seguridad represiva) carece de una base técnica independiente que atienda preferentemente al bien común. Ello contrasta con la debilidad de asociaciones de defensa ciudadana o del consumidor que deben de buscar el mecenazgo de elementos sociales muy poderosos que apoyan salvo contadísimas excepciones  la actuación general del sistema. La voz de los interesados expertos de empresas como Monsanto o Nestle defendiendo el uso de ciertos productos transgénicos, fertilizantes o semillas adaptadas a ellos , se deja oír mucho más que la de los consumidores .¿Que carácter tiene un ejército privatizado (como Blackwater) en una confrontación armada? ¿Es responsable el que lo paga de su actuación y hasta donde? ¿Se debe suplantar una acción internacional de sanidad pública como la Organización Mundial de la Salud por la poderosa “caridad compasiva” de ciertas empresas monopolistas procedentes de los EE.UU.? ¿Podrá una institución que se ocupe de los intrincados problemas derivados de la propiedad intelectual actuar sin recabar el consenso y la aprobación previa de las grandes empresas de un cierto sector?
Firmado. José Fernando Pérez Oya


Reflexiones urgentes sobre los Estados Unidos de Norteamérica

Esta semana entrante de Noviembre se celebran elecciones en EE. UU. para la Cámara de Representantes, el Senado, y varios puestos de Gobernador Estatal. La elección tiene una importancia enorme para el mundo en su conjunto ya que muchos observadores políticos ven, en los posibles cambios que pudieran producirse, una oportunidad de cambio o inflexión de la política estadounidense en lo que respecta a su política interior y, lo que es más importante para el resto del mundo en la política exterior de ese país. 
El tema ha dado lugar a una verdadera catarata de interpretaciones entre los politólogos de allende el Atlántico y no parece exagerado afirmar, como se ha señalado, que los expositores de libros que tratan de estos temas ponen a prueba la solidez y capacidad de las mesas en las que se exponen en las bibliotecas. Para introducir un cierto orden en la lectura de un casi inagotable tema trataremos de distinguir entre los aspectos cuantitativos de un posible resultado, aspectos de motivación ideológica, moral o social de los ciudadanos intervinientes, el carácter político de la Gran República, y finalmente alcance posible de un resultado desfavorable para el actual Gobierno de la República, ya que si ello no fuera el caso el cambio solo sería marginal o inapreciable. Si existieran cambios o inflexiones ellas serían endógenas al poder, y por ello aun más difíciles de prever. Subrayemos que un cambio cuantitativo favorable al Partido Demócrata no es suficiente para provocar un cambio sustancial ya que este dependería de una voluntad de cambio político no siempre evidente o expresado implícitamente. 
Aspectos cuantitativos: La mayoría de los observadores políticos recurren a metáforas meteorológicas que prevén un cambio sustancial en la política y hablan de “tsunami” de tornado, de terremoto de tormenta etc. La multitud de encuestas realizadas por la prensa y toda clase de instituciones, grupos de reflexión etc, se inclinan hacia un resultado favorable al partido Demócrata pero sus estimaciones fluctúan de una semana a otra de modo que a los ciudadanos de la “Vieja Europa” pueden parecernos desconcertantes y sorprendentes. La opinión pública de los estadounidenses parece tener un margen de variación insospechada y ser agitada, en un grado muy superior a la europea por reacciones de tipo emocional imprevisibles y por convergencias de tipo filosófico o ideológico basadas en alianzas lábiles, inestables y poco duraderas, cuando no rozando la contradicción como la que ha sido operativa entre los neoconservadores y los religiosos más fundamentalistas que recibieron el nombre de “teo-conservadores”. 
El desinterés electoral y el alto grado de abstención, unido a factores atípicos aquí como el sesgo racial, hacen si cabe más azaroso aventurar cualquier juicio o previsión. Entre los cientos de previsiones publicadas me inclino personalmente por la de de Rothenberg, recientemente (29-10-2006) publicada. Este tratadista opina que el ambiente electoral es más desfavorable al poder que en el año 1994 cuando los Demócratas perdieron 52 representantes parlamentarios, 8 senadores y 10 gobernadores. Dos factores de carácter no ideológico podrían moderar estas pérdidas. El primero es que según un estudio conjunto de las instituciones Cato y Brookings (citado por el New York Times el 30 del mes pasado) el hecho comprobado de que una enorme mayoría (más del 98%, de los candidatos salientes) que se vuelven a presentar, son reelegidos. Siendo ello un cierto factor de inercia no despreciable. 
El segundo factor es el rediseño electoral de los distritos, que en USA recibió el infamante nombre del gobernador padre de la “brillante” idea o “gerrymandering”. El efecto de esa técnica ha sido la de rediseñar distritos más seguros para el actual equipo gobernante lo que puede, dentro de cierto margen estadístico, minimizar las perdidas de sus candidatos. Conviene mencionar, no obstante, que existen casos muy importantes el los que los candidatos salientes han cambiado de adscripción partidista. Personalmente me inclino a pensar en una amplia victoria Demócrata pero la imagen de confusión que prestan muchas candidaturas es desconcertante. Como para muestra sirve un botón me refiero a una de las más indecisas en Virginia entre George Allen (Republicano) y James Webb (Demócrata). 
Allen es consciente de la importancia del voto afro-americano y, por lo tanto trata de atraerse esos votantes, visitando iglesias, insistiendo en el peligro de los matrimonios entre homosexuales para los supuestos “valores” familiares, afirmando que el gran tema en esta lucha es saber si podremos sustentar el ideal de: “ tener un padre y una madre sustentando a sus hijos”. Pero este mismo candidato se opuso vehemente a la existencia de medidas legales promotoras de una discriminación positiva a favor de los afro-americanos, a la celebración (mediante la declaración de día festivo) del nacimiento de Martin Luther King y que en su oficina campea la racista y divisiva bandera de La Confederación sudista. La impopularidad de la guerra de Irak está tan extendida que, aunque apoyando a Bush II, Allen desea un plazo, naturalmente “razonable”, para abandonar ese país. Por otro lado Webb jamás, según nuestro conocimiento, exige explicaciones sobre el porqué el matrimonio homosexual conduce a la disolución de la familia heterosexual y trata de atraer el voto femenino, gracias a una despenalización limitada del aborto, la investigación de células madre, las crecientes desigualdades de ingreso entre trabajadores y directores empresariales (un ejecutivo gana unas 400 veces el salario medio) y en su oposición a la guerra de Irak. Ello se centra más en motivos económicos, debido al desbocado gasto público y la imprevisión e ineficacia en su ejecución, que por el crimen inflingido a una población inocente la inhumanidad de las torturas aprobadas por el Presidente, al que los legisladores refrendaron recientemente. Lo que a un europeo puede parecer, si cabe, más sorprendente es que Webb trate de apoyarse en la ayuda de Margaret Albright para atraer el voto femenino. Recordemos que la antigua Secretaria de Estado entrevistada por periodista L. Stahl (el día 12 de Mayo de 1996) a la formulada pregunta de que: “recientemente hemos sabido (por UNICEF) que el número de muertos de niños debido a las sanciones a Irak ha sido de medio millón, mas que las muertes de Hiroshima. ¿Merece la pena pagar ese precio?”. 
La terrible respuesta de Albright fue. “Pienso que la opción fue muy dura pro el precio, el precio (sic) mereció la pena.”. Los que nos hemos elevado contra la indiferencia de la sociedad estadounidense ante las torturas practicadas por su ejercito y empresas subcontratadas por este; los que hemos protestado por la ocultación culpable de la “logística” de la Unión Europea ante los traslados aéreos de la CIA, (que hoy sabemos correspondían a las presiones de ciertos gobiernos europeos por parte de aquella organización) no podemos más que expresar nuestra indignación moral ante la indiferencia de unos pueblos que han postergado la justicia, la dignidad, y toda forma de moralidad mínima en pos de un egoista y falso sentimiento de seguridad que es motivado por un miedo irracional que promueven, y usufructúan, los diferentes tipos de poder real , y entre ellos naturalmente los de los Estados. Aspectos, ideológicos, económicos, bélicos y psicológicos. 
Aunque el tratar de un tema tan amplio, como sería caracterizar el carácter de la Sociedad, del Estado y del poder social en los EE.UU. requeriría un saber enciclopédico, del que carezco, y una extensión digna de tal formato nos parece de rigor tratar de fijar ciertas características permanentes y estructurales de EE. UU. y de su actuación internacional que distan años luz de las diferentes imágenes que han sido promovidas, difundidas y publicitadas desde este país y ,desde el extranjero por sus muchos admiradores, algunos bien retribuidos económica o ideológicamente. 
El primer punto que conviene destacar es que los EE.UU. son una formación social capitalista, cuyo poder económico y militar no ha dejado de crecer desde su incepción a la independencia. El Estado responde a una democracia formal representativa con escasa participación ciudadana que según la vertiente ideológica de los opinantes se debe a cierta indiferencia de la población ante el quehacer político, que se supone benévolamente es administrador de un hipotético “Bien común” por parte de una clase dirigente ilustrada y altruista o alternativamente a un reparto egoista del poder social entre unas elites (de las que ya nos hablaba C. Wright Mills en 1958) que compiten entre ellas mediante su dominación de diferentes vectores como pueden ser los económicos, militares, políticos, ideológicos, tecnológicos etc. 
La configuración de estos vectores, su importancia relativa u orden de precedencia, sus confluencias, el modo de resolver las contradicciones o conflictos que se presenten en la sociedad, ya bien mediante la fuerza, represión, convencimiento asunción y promoción de ideas morales y valores generales, o la búsqueda de consensos, la ponderación que deban atribuir los sociólogos a factores irracionales e inconscientes en las decisiones tomadas nacional o internacionalmente, todo ello constituye un tema infinito del que solo queremos destacar varios puntos. El primero es que en su configuración actual el Gobierno de los EE.UU. es un gobierno tiránico defensor de intereses capitalistas, ejerciendo un despotismo brutal exterior (de corte maniqueo y Schmittiano) sobre todo aquel que sea considerado su enemigo y no se pliegue ante sus designios imperiales e imperialistas, y una acción social menos obviamente represiva ante los poco ejercitados derechos civiles (de los que ha sido desposeída una declarada sospechosa, exigua minoría) y una acción económica y legal más decidida contra la clase obrera y los sindicatos que ha elicitado, una débil respuesta. Todo ello viene acompañado ideológicamente por una serie de actuaciones dirigidas a la elaboración de un consenso social basado en los intereses, reales o imaginarios del poder, con los que la mayoría de la población debe de tener la obligación moral de solidarizarse, para compartirlos de modo unánime y para sentirse condescendientemente protegida por sus dirigentes ante posibles amenazas interiores o exteriores. La operatividad social del factor miedo ha recibido amplio tratamiento en los EE.UU. pero deberíamos recomendar la lectura del interesantísimo libro de Robin titulado sencillamente: Fear (o sea miedo) que trata de ese factor en política a largo plazo (desde Platón y Hobbes hasta nuestros días) y el recientísimo de John Mueller: “Overblown” cuyo subtítulo reza: “como los políticos y la industria del terrorismo exageran las amenazas a la seguridad nacional y el porqué los creemos”. La percepción social de que el poder político en los actuales EE.UU. representa una tiranía viene explicitado desde hace largo tiempo por autores como Chomsky, Blum, Dorrien, Sands, Shogan, Bacevich y otros muchos pero nos limitaremos, en el actual contexto a repetir la opinión reciente (New York Times 19-10-2006) del eminente jurista J. Balkin que define la tiranía como: “La acumulación de excesivos poderes, ejecutivos, judiciales, y legislativos en una sola rama del Estado y bajo un único individuo”. 
Su compañero J. Toley concluía en la misma fecha que El Congreso al concederle poderes sobre la detención e interrogación de sospechosos le otorga: “poderes despóticos”. Incluso politólogos conservadores como el Profesor Fritz Stern, de la Universidad de Columbia han criticado el que la acumulación, el secreto, y la falta de debate crítico pueden propiciar acciones que van contra el interés de estado ya que un cierto: “radicalismo de derechas puede proseguir políticas de poder en detrimento de las capacidades y el interés de America (sic)”. Ya hace largo tiempo Mills mencionaba a Forester que señalaba que: “se necesitan personas carentes de imaginación para llevar a cabo políticas carentes de imaginación fraguadas por elites sin imaginación”. La situación de Irak parece corresponderse con las ironías de Forester pero tras de ellas se oculta un enorme crimen y el sufrimiento perpetrado sobre un pueblo inocente sobre el que se ha vertido una enorme catarata de mentiras, queriendo hacerlo responsable del crimen de la destrucción de las “Torres Gemelas” en Nueva York, y acusando al gobierno del sátrapa Sadam de detentar, contra la opinión del inspector de las N.U. Blix, armas de destrucción masiva. Recordemos que según la prestigiosa revista médica “The Lancet” el número total de victimas mortales de la intervención militar de Bush y sus aliados se sitúa dentro de un amplio margen de estimación de entre 300 y 900 mil victimas, (entre Marzo de 2003 y Julio de 2006) a las que convendría añadir la de 1,6 millones de ciudadanos exiliados y la de más de un millón de refugiados en el mismo martirizado país. Incluso si aceptásemos la moderada estimación de N.U. de 160000 muertos, la desproporción entre unos objetivos propuestos, y no logrados, y la acción de pura e irracional, e inmotivada venganza es flagrante y espantosa. Por desgracia la inmensa mayoría de la población de EE.UU. no es consciente de estos hechos y solo tiene un difuso sentimiento de que tanto la guerra de Irak como la de Afganistan van mal y de que el Gobierno no ha afrontado de modo eficaz sus acciones. La incapacidad de racionalizar, ni en un sentido freudiano ni siquiera económico, las acciones militares de EE.UU. ha conducido a que muchos politólogos se interroguen sobre el creciente papel que la mentira tiene dentro de la dialéctica política. Loa análisis son de índole muy diferente y van desde un periodismo psicologizante y personalista como el de Woodward en su libro: “State of denial” a otros, que exploran los mecanismos estadounidenses, conducentes a tal extremo de mendacidad, como el de F. Rich: “The greatest story ever sold”. Mención especial y laudatoria corresponde al número correspondiente al 2006 del: “Socialist register”: “Tellig the truth” que sitúa el problema en un contexto más general; el de una crisis moral sistémica de los mecanismos de gobernanza global capitalista, que solo logran obtener una falsa legitimidad a través de la mentira, el múltiple y desnudo poder, y el de sus diferentes formas de coacción. Si ciertas elites del poder, como la camarilla de Bush II, buscan un refugio a su incapacidad para comprender lo que ocurre en el mundo negándose esquizofrénicamente a aceptar una realidad que no les es propicia encontramos, en menor medida, la misma actitud entre ciertos análisis de la izquierda ética que no han subrayado suficientemente que a pesar de las muertes, guerra civil, y sufrimiento en Irak el petróleo fluye y se acaba de hacer operativo un oleoducto hasta Turquía. Honni soit qui mal y pense!¡ Concedámosle al renacido “cristiano” Bush II la orden de la jarretera! Existen formaciones ideológicas a largo plazo que actúan como contexto en el que insertan situaciones a corto plazo más fluctuantes, evanescentes y, por lo tanto, más susceptibles de ser atacadas y desmontadas. 
Entre estas, referidas a los EE. UU., destaca la convergencia de las ampliamente compartidas creencias en un excepcionalismo, mesianismo y acción salvadora sobre otros descarriados pueblos del imperialismo “americano”. El estudio de este tema ocupó durante muchos años a una gran cantidad de tratadistas. Entre ellos merece ser destacado por su enjundia y brevedad el libro de Anders Stephanson: “Manifest destiny” cuyo subtitulo es : La expansión americana (sic) y el imperio de lo justo” ( del ya lejano año de 1995). Otros tratados de gran interés son los dos libros de Richard Slotkin, el primero del año 1992 titulado: “Gunfighter nation” y el segundo del año 2000: “Regeneration through violence” pero existen reflexiones ya antiguas como el libro de A. K. Weinberg: “Manifest destiny; a study of nationalist expantionism in american history”. El expansionismo del actual superpoder imperialista ha sido una constante histórica de los EE.UU. y tanto S. W. Haynes y C. Morris editores del libro: “Manifest destiny and empire” de 1997 como los publicados en Francia por Jean Claude Zarka señalan la ideológica popularidad de esta aproximación a la historia estadounidense. Recientemente acaba de aparecer, y no he tenido ocasión de hojearlo, un libro sobre el mismo y recurrente tema, que ha recibido elogiosas críticas; el de J. Micklethwait y Woodridge cuyo expresivo título es: “The right nation” y que según su subtitulo trata de explicar porqué America (sic) es diferente. 
Lo anterior nos conduce lógicamente a la opinión de que los EE.UU, han sido siempre un poder imperial pero que su acción se ha visto limitada, a veces, por un deseo a establecer un cuadro de acción internacional más coherente con la de otras naciones que defendían, a la vez de sus intereses nacionales, los de la defensa de un régimen capitalista de libre comercio. El reciente artículo de I. Wallerstein en el número de Julio-Agosto de la “New Left Review” , el del Profesor de Ámsterdam Robert Went sobre: “La globalización bajo la perspectiva del imperialismo” (traducida al gallego por Analise Empresarial Nº 33 y la reciente obra de S. J. Harnett y Stengrin sobre: “Globalization and empire” nos ofrecen una interesante visión de las luchas entre los históricamente emergentes países imperiales y sus políticas, diplomáticas o bélicas, para lograr o asentar su hegemonía. Todos coinciden en el actual carácter del Hegemón estadounidense y también en la erosión del vector de poder económico del actual Hegemón que presagia nuevas configuraciones globales, difícilmente previsibles. 
El tema del imperialismo viene negado, en lo que toca a EE. UU. con una gran pugnacidad, pero la mayoría de los historiadores desapasionados aceptan ese calificativo, el de una nación no solo imperial sino expansionista e imperialista. El último ejemplo de ello es la reciente publicación del primer volumen de la titánica obra de Rober Kagan: “Dangerous nation” que estudia la situación de EE.UU. en el concierto, o desconcierto de las naciones, desde su comienzo hasta el inicio del siglo XX. La gran pregunta que hoy se nos platea es saber hasta que punto el electorado estadounidense tratará, mediante el recurso de sus votos, inflexionar el carácter de las políticas estadounidenses en el extranjero hacia posiciones menos brutalmente belicistas y en lo que se refiere al propio país en políticas menos basadas en unas posiciones económicas menos neoconservadoras, mas respetuosas de los derechos humanos y cívicos, más transparentes, menos corrompidas, y, en toda circunstancia, contrarias a la obstinada promoción de una terrible y creciente desigualdad, económica y social, que ha resultado el un crecimiento económico en el que los trabajadores no se han beneficiado durante casi tres décadas de los incrementos en la producción y productividad de sistema nacional que ha dirigido su crecimiento e incremento a favorecer exorbitantemente el uno por ciento de los ciudadanos más privilegiados. Si como ejercicio teórico dibujamos un eje de coordenadas cartesianas encontraríamos en las horizontales abscisas dos polos. Convencionalmente situaríamos a la izquierda las ideologías comunitarias favorables a una seguridad económica compartida de la que un instrumento podría consistir en la acción de un Estado Benéfico, parte superior del eje vertical de las ordenadas. 
En es extremo opuesto horizontal encontraríamos los valores que asumen el riesgo, el esfuerzo, llamado responsable e individual, la caridad compasiva que oscilarían entre un rechazo a un estado intervencionista y fuerte (situado en el cenit del eje vertical) y un estado mítico y mínimo situado en la parte más baja del eje vertical que representaría la elaboración libertaria de un estado necesariamente opresor e ineficaz que debe de ser privatizado transmitiendo el poder económico y social hacia actores privados, aunque estos sean corporativos, más aceptables para la ciudadanía. El Estado propuesto por Ronald Reagan y sus ideólogos neoconservadores se movería en la dirección de nordeste (esto es del primer cuadrante) hacia el cuadrante suroeste, mínimo Estado en el eje vertical, y aceptación de la población de una vida arriesgada, (vivere pericolosamente) a lo Benito Mussolini. De hecho esta visión no se ha realizado ya que el eje ideológico y social, sobre todo militar se ha desplazado en dirección noroeste debido a la adopción de políticas económicas de keynesianismo bélico. Si algunos autores conservadores han alabado la incapacidad de la vieja URSS para soportar un esfuerzo insostenible, el mismo modo de pensar nos obliga, ante el vacío de poder provocado por la implosión de la sociedad “soviética”, a darnos cuenta de la enorme utilidad que confiere al Estado y a sus clases dirigentes la existencia, ficticia, exagerada, o real de una situación de inseguridad social ante una amenaza terrorista, ridículo ersatz del comunismo, que se oponga a cualquier veleidad social de cambio en dirección del cuadrante noroeste. 
En esta inestable situación parecemos situarnos. Aunque en un breve ensayo como este no disponemos de lugar para seleccionar entre la multitud de libros que han tratado de estas materias no podemos por menos de recomendar, a los lectores que se interesen por la Gran República que lean tres obras fundamentales: La primera es la de Thomas Frank: “Wht’s the matter with Kansas” (del año 2004) que ilustra las razones del desplazamiento hacia posiciones conservadoras de un territorio de tradición más comunitaria y liberal. El segundo es el magnífico estudio de Thomas B. Edsall: “Building red America que se ha publicado este año, y el tercero la implacable disección de las causa y la irracional locura de la guerra en Irak escrito por un dimisionario consejero del servicio exterior estadounidense, John Brady Kiesling bajo el título de. “Diplomacy Lessons”. 

Escrito por José Fernando Pérez Oya, sociólogo y economista
e-mail jperezoya@mundo-r.com. 
Vigo 4 de Noviembre de 2006.

Europa utiliza el escándalo de la carne de caballo para ocultar otros problemas

El sociólogo y economista José Fernando Pérez Oya cree que los países de la Unión Europea utilizan el escándalo desatado por el hallazgo de carne de caballo en hamburguesas, lasañas y otros productos congelados, como pretexto para ocultar otros problemas que están arruinando al bloque.



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Economía e sociedade na mundalización Armada



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