Es evidente que un análisis que tratase de elucidar la influencia que
juegan en Europa los factores socio-políticos, históricos, ideológicos e
intencionales, configurando una acción convergente de diferentes
intencionalidades encarnadas en actores sociales diferentes -incluso a
veces enfrentados y frecuentemente no conscientes del posible resultado
de sus acciones- no puede ser enfrentada más que por grandes y futuros
historiadores. Sirva lo anterior para excusarme de la responsabilidad que
me atañe por la insuficiencia, ignorancia y superficialidad de lo que sigue.
Hace tiempo me impresionó positivamente la lectura de un estudio
de H. Hein, T. Niechoj y otros sobre la esencia del capitalismo actual ,
guiado por el sector financiero, su funcionamiento en diferentes países, y
de su impacto ideológico y de influencia en las decisiones en las instancias
del poder socio-económico. Señalas los autores que el sector de
elaboración de esquemas de la realidad desde el mundo de la educación y
académico en Alemania ha olvidado, preterido o concedido poca
importancia a los problemas macroeconómicos de la economía real
enfrentados por Keynes. Como resultado las corrientes económicas
críticas, centradas en una posible debilidad estructural de la demanda,
han quedado silenciadas y los enfoques teóricos de la economía de la
oferta y la exaltación casi religiosa de esta, del mercado, y la productividad
han dominado hace largo tiempo. Debemos de reconocer que esta
influencia ideológica nos ha causado cierta sorpresa ya que un mecanismo
de keynesianismo bélico-bastardo de recuperación económica jugó un
papel preponderante en los años del nazismo triunfante y de su política de
“mendigar al vecino” plasmada en contratos comerciales depredadores de
su entorno. La derrota bélica motivada por un imperialismo megalómano
es posible que haya tenido una influencia importante en el olvido post
bélico de las elaboraciones keynesianas.
Es evidente que la ponderación real de las estructuras económicas,
no siempre decantadas desde factores teórico-ideológicos, es de una
superior importancia. Coincido con D. Coates en que la influencia desde
las estructuras socio-económicas inspiradas en el corporativismo. Añado a
lo anterior que la experiencia social, traumática e irracionalmente
vengativa (como Keynes argumentara contra Churchill) de la devastadora
superinflación (en el periodo que siguió a la primera guerra mundial de
1914-18) juega aun hoy día un papel considerable. Aunque las políticas
globalizadoras han perfilado una confluencia entre los grandes actores
económicos del globalizado sistema capitalista es claro que la articulación
del sector financiero y la llamada “economía real” es en Alemania muy
diferente a los países anglosajones.
En el actual contexto internacional parece claro que estamos
asistiendo a una creciente imbricación del poder político, financiero y de
las grandes empresas a nivel mundial. La esperanza de que el poder
presidencial en Estados Unidos pudiese introducir reformas de estímulo
keynesiano se ha visto totalmente frustrada, en gran parte por una
capitulación innecesaria. El supersticioso miedo a un déficit público y
entusiasta adopción de medidas basadas en “el mito de la competencia” y
de una necesaria austeridad, ha sido denunciado desde posiciones críticas
moderadas con es el típico ejemplo de Krugman. Pero esta circunstancia
se ha sabido utilizar, desde unos dominados y manipulados medios de
difusión de masas, este y otros temores fantasmales para lograr la
resignada sumisión de las “democráticas” mayorías. La prevalencia de las
medidas económicas de tipo deflacionista, que opino redundará en la
continuación de políticas redistributivas nefastas para el ingreso y empleo
de los más desfavorecidos, prolongará en el caso de muchos países del
centro tendencias que ya duran décadas.
Las últimas noticias económicas reflejan bien esta confusión y
deseo de que todo permanezca igual; así el Fondo Monetario
Internacional nos advierte de que el alto nivel europeo del
endeudamiento puede hacer peligrar y demorar una posible recuperación.
Otro ejemplo nos viene dado por la Comisión encargada en EE.UU. de
publicar un informe sobre medidas para evitar una repetición de lo
ocurrido en la crisis. Esta instancia emite un farragoso informe que
consiste, en palabras de F. Portnoy (en el New York Times) en una
confusa ensalada, contradictoria y confusa, incapaz de señalar causas
profundas de lo ocurrido, insistiendo en la “moralina” de que con una
mayor honestidad, capacidad supervisora y decisión podría haberse
evitado lo sucedido. En un lúcido pasaje de este contradictorio
documento este afirma que existe la posibilidad de que se produzcan
cuevas burbujas especulativas; las enseñanzas de Minsky, Keynes y Marx
no parecerían haberse perdido totalmente.
Un ejemplo de la pobreza de los enfoques sobre la crisis actual
viene dado por la inanidad de las discusiones referentes a las monedas
regidoras del intercambio internacional y de sus valuaciones respectivas
aparte de confusas advertencias premonitorias de una posible “guerra de
divisas”. En el pasado el general De Gaulle había señalado el
“exorbitante” privilegio de que gozaba el dólar. Esperemos que el próximo
libro de B. Eichengreen cuyo título sigue la intuición del francés pueda
pronto iluminarnos sobre este tema. Finalmente, y no deseando
multiplicar los ejemplos, muchos observadores en Davos subrayan que el
hegemónico poder de Alemania en la U.E. no ha sido capaz de abordar ni
elaborar, aparte de retóricas declaraciones, una clara estrategia de
defensa del Euro. Ello evidentemente necesitaría la integración de la
Europa monetaria y monetarista actual con una efectiva política de
coordinación e integración fiscal.
Debemos al hoy gran filántropo y previo gran especulador Soros el
haber señalado que el hoy asentado triunfo de las posiciones restrictivas y
recesionistas de Alemania tuvieron su punto de inflexión, ya hace más de
medio año, en la reunión del G-20 en Toronto en cuya reunión se corto
tajantemente con cualquier veleidad de una estrategia económica
keynesiana basada en la oferta.
Es muy aventurado el señalar, en complejo contexto global actual,
cuales han sido los elementos que propiciaron esta posición pero es
evidente que el interés de clase del capitalismo globalizado considera más
fundamental (como se ve en las obras de Turner) la perpetuación su poder
clasista a largo plazo y que antepone este elemento a un posible deseo de
fomentar, a corto plazo, un nuevo impulso de acumulación y crecimiento.
Vivimos un momento en el que los diferentes vectores de un poder
nacional y sistémico (militar, económico, político, cultural, o técnico)
cambian vertiginosamente. El poder unipolar del viejo hegemón (los
EE.UUs) se ha mantenido notoriamente desequilibrado y casi
exclusivamente en el terreno militar, mientras otros centros han surgido
nuevos actores internacionales. El esquema de Beaud de una pirámide
jerarquizada y única de un poder nacional-sistémico total se halla
erosionado, e ignoramos si asistiremos pronto a nuevas configuraciones
regionales de múltiples poderes piramidales competitivos entre sí o
limitados geográficamente.
Conviene, en este punto, señalar la influencia de factores
estructurales e históricos que posiblemente juegan hoy un papel nada
despreciable. Entre muchos destacaríamos el contraste entre las
estructuras económicas del capitalismo alemán y las .del modelo
anglosajón. Las políticas anglosajonas, neoconservadoras y neoliberales de
desregulación, deslocalización, y sostenida redistribución sesgada de la
riqueza nacional han favorecido la hipertrofia del sector financiero y la
contracción de los sectores manufactureros y de la economía real. En
agudo contraste las políticas germánicas han defendido la perpetuación
de un sector productivo amplio, eficaz, y muy especializado. El estallido de
la burbuja financiera debería, si aceptamos esta teorización, ser más
negativas para el modelo anglosajón. Las políticas neo-corporativas y
mercantilistas, propugnadas por el poder germánico, con su corolario de
mendigar al vecino (de mayor extensión geográfica hoy) aparecerían
como influenciando, aunque no totalmente determinadas, estos factores.
La posición de las economías periféricas de la Europa Unida aparece
muy condicionadas por su situación subordinada a una estrategia
económica dictada en última instancia por Alemania, que ha tratado de
enquistarla, y extenderla institucional y jurídicamente abogando incluso
por una perpetuación cristalizada constitucionalmente. Muchas veces he
señalado la necesidad y conveniencia de que estos países de desvinculen
de la férula de su permanencia en una Unión insolidaria, llegando incluso a
proponer la salida del euro. Una posible opción de ruptura parece, en
estos momentos, irrealista dada la debilidad de una posible izquierda
federalista y de su incapacidad de suscitar la formación de una dinámica y
extensa base social de apoyo. No obstante una prolongación del marasmo
actual podría, como sucedió en algunos países de Latinoamérica, hacer
cambiar nuestra perspectiva.
La estrategia político-económica germana nos permite señalar las
contradicciones aparentes entre intereses a corto y largo plazo y otros
centrados en el prestigio y poder nacional basado en infraestructuras más
permanentes. Parece evidente que una política estimulante de la
demanda y el consumo en los países de su entorno favorecería a corto
plazo a sus sectores exportadores. No obstante lo anterior la imposición
de una estrategia deflacionista podría producir no solo un estancamiento
del crecimiento nacional periférico si no también a una desertificación de
amplios sectores productivos que aseguraría, en una etapa posterior, una
posición regional hegemónica. Una mención de la permanencia y de
nuevas formas del fenómeno histórico del imperialismo no parece hoy
agotada, pero está fuera de nuestro alcance.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
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Consideraciones en torno a la posición de Alemania en Europa. (Complejidad, articulación institucional, historia, ideología, y horizontes de poder regional)