miércoles, 11 de noviembre de 2015

Es evidente que un análisis que tratase de elucidar la influencia que juegan en Europa los factores socio-políticos, históricos, ideológicos e intencionales, configurando una acción convergente de diferentes intencionalidades encarnadas en actores sociales diferentes -incluso a veces enfrentados y frecuentemente no conscientes del posible resultado de sus acciones- no puede ser enfrentada más que por grandes y futuros historiadores. Sirva lo anterior para excusarme de la responsabilidad que me atañe por la insuficiencia, ignorancia y superficialidad de lo que sigue. Hace tiempo me impresionó positivamente la lectura de un estudio de H. Hein, T. Niechoj y otros sobre la esencia del capitalismo actual , guiado por el sector financiero, su funcionamiento en diferentes países, y de su impacto ideológico y de influencia en las decisiones en las instancias del poder socio-económico. Señalas los autores que el sector de elaboración de esquemas de la realidad desde el mundo de la educación y académico en Alemania ha olvidado, preterido o concedido poca importancia a los problemas macroeconómicos de la economía real enfrentados por Keynes. Como resultado las corrientes económicas críticas, centradas en una posible debilidad estructural de la demanda, han quedado silenciadas y los enfoques teóricos de la economía de la oferta y la exaltación casi religiosa de esta, del mercado, y la productividad han dominado hace largo tiempo. Debemos de reconocer que esta influencia ideológica nos ha causado cierta sorpresa ya que un mecanismo de keynesianismo bélico-bastardo de recuperación económica jugó un papel preponderante en los años del nazismo triunfante y de su política de “mendigar al vecino” plasmada en contratos comerciales depredadores de su entorno. La derrota bélica motivada por un imperialismo megalómano es posible que haya tenido una influencia importante en el olvido post bélico de las elaboraciones keynesianas. Es evidente que la ponderación real de las estructuras económicas, no siempre decantadas desde factores teórico-ideológicos, es de una superior importancia. Coincido con D. Coates en que la influencia desde las estructuras socio-económicas inspiradas en el corporativismo. Añado a lo anterior que la experiencia social, traumática e irracionalmente vengativa (como Keynes argumentara contra Churchill) de la devastadora superinflación (en el periodo que siguió a la primera guerra mundial de 1914-18) juega aun hoy día un papel considerable. Aunque las políticas globalizadoras han perfilado una confluencia entre los grandes actores económicos del globalizado sistema capitalista es claro que la articulación del sector financiero y la llamada “economía real” es en Alemania muy diferente a los países anglosajones. En el actual contexto internacional parece claro que estamos asistiendo a una creciente imbricación del poder político, financiero y de las grandes empresas a nivel mundial. La esperanza de que el poder presidencial en Estados Unidos pudiese introducir reformas de estímulo keynesiano se ha visto totalmente frustrada, en gran parte por una capitulación innecesaria. El supersticioso miedo a un déficit público y entusiasta adopción de medidas basadas en “el mito de la competencia” y de una necesaria austeridad, ha sido denunciado desde posiciones críticas moderadas con es el típico ejemplo de Krugman. Pero esta circunstancia se ha sabido utilizar, desde unos dominados y manipulados medios de difusión de masas, este y otros temores fantasmales para lograr la resignada sumisión de las “democráticas” mayorías. La prevalencia de las medidas económicas de tipo deflacionista, que opino redundará en la continuación de políticas redistributivas nefastas para el ingreso y empleo de los más desfavorecidos, prolongará en el caso de muchos países del centro tendencias que ya duran décadas. Las últimas noticias económicas reflejan bien esta confusión y deseo de que todo permanezca igual; así el Fondo Monetario Internacional nos advierte de que el alto nivel europeo del endeudamiento puede hacer peligrar y demorar una posible recuperación. Otro ejemplo nos viene dado por la Comisión encargada en EE.UU. de publicar un informe sobre medidas para evitar una repetición de lo ocurrido en la crisis. Esta instancia emite un farragoso informe que consiste, en palabras de F. Portnoy (en el New York Times) en una confusa ensalada, contradictoria y confusa, incapaz de señalar causas profundas de lo ocurrido, insistiendo en la “moralina” de que con una mayor honestidad, capacidad supervisora y decisión podría haberse evitado lo sucedido. En un lúcido pasaje de este contradictorio documento este afirma que existe la posibilidad de que se produzcan cuevas burbujas especulativas; las enseñanzas de Minsky, Keynes y Marx no parecerían haberse perdido totalmente. Un ejemplo de la pobreza de los enfoques sobre la crisis actual viene dado por la inanidad de las discusiones referentes a las monedas regidoras del intercambio internacional y de sus valuaciones respectivas aparte de confusas advertencias premonitorias de una posible “guerra de divisas”. En el pasado el general De Gaulle había señalado el “exorbitante” privilegio de que gozaba el dólar. Esperemos que el próximo libro de B. Eichengreen cuyo título sigue la intuición del francés pueda pronto iluminarnos sobre este tema. Finalmente, y no deseando multiplicar los ejemplos, muchos observadores en Davos subrayan que el hegemónico poder de Alemania en la U.E. no ha sido capaz de abordar ni elaborar, aparte de retóricas declaraciones, una clara estrategia de defensa del Euro. Ello evidentemente necesitaría la integración de la Europa monetaria y monetarista actual con una efectiva política de coordinación e integración fiscal. Debemos al hoy gran filántropo y previo gran especulador Soros el haber señalado que el hoy asentado triunfo de las posiciones restrictivas y recesionistas de Alemania tuvieron su punto de inflexión, ya hace más de medio año, en la reunión del G-20 en Toronto en cuya reunión se corto tajantemente con cualquier veleidad de una estrategia económica keynesiana basada en la oferta. Es muy aventurado el señalar, en complejo contexto global actual, cuales han sido los elementos que propiciaron esta posición pero es evidente que el interés de clase del capitalismo globalizado considera más fundamental (como se ve en las obras de Turner) la perpetuación su poder clasista a largo plazo y que antepone este elemento a un posible deseo de fomentar, a corto plazo, un nuevo impulso de acumulación y crecimiento. Vivimos un momento en el que los diferentes vectores de un poder nacional y sistémico (militar, económico, político, cultural, o técnico) cambian vertiginosamente. El poder unipolar del viejo hegemón (los EE.UUs) se ha mantenido notoriamente desequilibrado y casi exclusivamente en el terreno militar, mientras otros centros han surgido nuevos actores internacionales. El esquema de Beaud de una pirámide jerarquizada y única de un poder nacional-sistémico total se halla erosionado, e ignoramos si asistiremos pronto a nuevas configuraciones regionales de múltiples poderes piramidales competitivos entre sí o limitados geográficamente. Conviene, en este punto, señalar la influencia de factores estructurales e históricos que posiblemente juegan hoy un papel nada despreciable. Entre muchos destacaríamos el contraste entre las estructuras económicas del capitalismo alemán y las .del modelo anglosajón. Las políticas anglosajonas, neoconservadoras y neoliberales de desregulación, deslocalización, y sostenida redistribución sesgada de la riqueza nacional han favorecido la hipertrofia del sector financiero y la contracción de los sectores manufactureros y de la economía real. En agudo contraste las políticas germánicas han defendido la perpetuación de un sector productivo amplio, eficaz, y muy especializado. El estallido de la burbuja financiera debería, si aceptamos esta teorización, ser más negativas para el modelo anglosajón. Las políticas neo-corporativas y mercantilistas, propugnadas por el poder germánico, con su corolario de mendigar al vecino (de mayor extensión geográfica hoy) aparecerían como influenciando, aunque no totalmente determinadas, estos factores. La posición de las economías periféricas de la Europa Unida aparece muy condicionadas por su situación subordinada a una estrategia económica dictada en última instancia por Alemania, que ha tratado de enquistarla, y extenderla institucional y jurídicamente abogando incluso por una perpetuación cristalizada constitucionalmente. Muchas veces he señalado la necesidad y conveniencia de que estos países de desvinculen de la férula de su permanencia en una Unión insolidaria, llegando incluso a proponer la salida del euro. Una posible opción de ruptura parece, en estos momentos, irrealista dada la debilidad de una posible izquierda federalista y de su incapacidad de suscitar la formación de una dinámica y extensa base social de apoyo. No obstante una prolongación del marasmo actual podría, como sucedió en algunos países de Latinoamérica, hacer cambiar nuestra perspectiva. La estrategia político-económica germana nos permite señalar las contradicciones aparentes entre intereses a corto y largo plazo y otros centrados en el prestigio y poder nacional basado en infraestructuras más permanentes. Parece evidente que una política estimulante de la demanda y el consumo en los países de su entorno favorecería a corto plazo a sus sectores exportadores. No obstante lo anterior la imposición de una estrategia deflacionista podría producir no solo un estancamiento del crecimiento nacional periférico si no también a una desertificación de amplios sectores productivos que aseguraría, en una etapa posterior, una posición regional hegemónica. Una mención de la permanencia y de nuevas formas del fenómeno histórico del imperialismo no parece hoy agotada, pero está fuera de nuestro alcance.

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