miércoles, 11 de noviembre de 2015

El demagogo Aznar

Es con un gran sentimiento de indignación, pero sin sorpresa, como cabe responder a las cínicas, abominables declaraciones del Sr. Aznar (del 30-11-2003) cuando, con un absoluto desprecio hacia la vida, verdad e inteligencia de los ciudadanos que lo sufrimos declara que los siete espías españoles fallecidos en Irak han sido inmolados en defensa de “nuestras libertades”. No, Sr. Aznar, la brutal dictadura de Saddam Husein solo suscitó la feroz resistencia de una población “antiamericana” y anti-occidental después de un inmoral e ilícito bloqueo y de la invasión de su país. Se ha verificado fehacientemente que la supuesta amenaza de las  “armas de destrucción masiva” había sido tan solo un burdo pretexto para someter y sojuzgar a un exhausto pueblo, un pueblo rico, como dijo Rumsfeld, en petróleo. A este primer intento siguió el megalómano plan de Wolfowitz de cambiar el régimen político del país (resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de 8 de Noviembre de 2002) para gracias a una “democrática” imposición militar inducir un cambio supuestamente favorable para todo el Oriente Medio. No, Sr. Aznar, sabe Vd. que miente, ni Saddam ni Irak suponían un peligro armamentístico o terrorista para EE.UU. ni mucho menos para España antes de que su gobierno convirtiera a este país en un ridículo satélite de EE.UU. Recomendemos, a los que no estén convencidos de lo anterior, el demoledor  articulo de Thomas Powers (New York Review of Books 4-12-1993) en el que se dice: “La justificación de la guerra por parte de la Administración no solo estaba viciada o era imperfecta y equivocada en casi todos sus detalles sinó también que estaba totalmente equivocada en su esencia. No existía un peligro inminente, y no solo eso, no existía un peligro distante”.
Tanto el Sr. Aznar como su ministra de Relaciones Exteriores (la lamentable Ana del Palacio) señalan reiteradamente que los miembros del Consejo de Seguridad (18 de Octubre  del 2003) refrendaron “ex post facto” la intervención y ocupación estadounidense de Irak por aquel país y sus acólitos. Dos razones perecen intervenir decisivamente en este giro en redondo. La primera es que, como señalaba Roy Bauman (expresidente de “Médicos sin Fronteras”), la implícita pero verdadera razón de esa decisión radica en evitar:” una confrontación directa y durable con la potencia americana”. No es este el lugar para discutir el profundo y trascendental tema de la emergencia de una nueva clase burguesa global y mundial pero parece justo suponer que sus intereses entrelazados le facilitan al “hegemón” el ejercicio de una especie de poder de “chantaje” que obliga a los gobiernos de otras burguesías adoptar una actitud de complaciente seguidismo.  A esta razón, de tipo estructural, debemos añadir la ya vieja observación de Stephen Roach (Fortune 25-11-2002) de que una guerra “limpia” podría hacer descender rápidamente el precio del “crudo” y provocar: “la esperada, inmediata y rápida recuperación de la economía mundial” aquejada desde los años 70 de una baja tasa de crecimiento.
Como señala “Fortune” los iraquíes pro-estadounidenses y mercado-atriaticos, Farid Abalfahti, Fahil Clalabi o Zaab Sethna repetían incesantemente las enormes ventajas de una invasión para nuestra seguridad, el entusiasmo democrático con que las multitudes acogerían a sus liberadores y la rápida recuperación de nuestra artrítica, global economía. Un año más tarde nuestro ignaro y reiterativo Jefe de Gobierno sigue obsequiándonos con los mismos tópicos. También Sr. Aznar el régimen de Vichy calificaba a los resistentes de “terroristas”. El desfase de “nuestros” dirigentes queda manifiesto cuando en el mismo ejemplar de “Fortune” podemos leer la advertencia de Ellen Laipson  señalando que una victoria militar de EE.UU. podría dar lugar a “desagradables sorpresas” ya que de ella podría surgir: “un anti-americanismo y anti-occidentalismo y no sería nada fácil instalar un régimen pacífico y pro-occidental.”. El mismo periodista y experto que firmaba aquel artículo (Bill Powell) afirmaba que, tras  el fin de Saddam y la victoria, todo podría convertirse en una derrota en la que:”las tropas de ocupación americanas se tornarían en fáciles blancos para los terroristas islámicos (como había sucedido en Líbano)”.
No pretendemos instar a que el Sr. Aznar revierta a una actitud idealista o moralizante en el conflicto de Irak, pero sí deberíamos solicitar que haga, en pro de un interés nacional sabiamente considerado, un pequeño, frío cálculo de los costos-beneficios  del laberinto en que nos ha sumergido. Parece cada vez más evidente que el imperialismo “americano” puede estar alcanzando la frontera de esa “sobredimensión, sobre-extensión o “overstretching”, ese exceso del que nos hablan, ya hace largo tiempo, los que mencionan las tentaciones de un superpoder. Incluso si aceptásemos parcialmente los risibles y mesmerizantes señuelos de Jeb Bush : ¿No sería conveniente para los mismos EE. UU. no convertirnos en una sumisa compañía en este dudoso y escabroso camino?. La excesiva extensión del “orden liberal de mercado” (véase Philip Bobbitt: The Shield of Achilles; Knopf New York 2002) puede ser contraproducente, no solo para los pequeños satélites integrantes del nuevo sistema sinó también para sus “indiscutibles paladines”. Es muy posible que todo esto no sea del agrado del Sr. Aznar puesto que, siguiendo al belicista Bobbitt, es consciente de que en este mundo emergente el “estado mercado” está, como Balakrishnan dice, (new Left Review. Sept-Oct 2003) regido por “una serie de clubes muy exclusivos, en los que las jerarquías se conceden siguiendo estrictamente el protocolo que otorgan las influencias militares y financieras”. Es claro que la familia del Sr. Aznar tiene como objetivo prioritario acceder a estos clubes.
La ineptitud y la mendacidad de nuestra política internacional encuentran un correlato perfecto en las vacuas y retóricas declaraciones del Sr. Aznar sobre la democracia (gobierno representativo) y la Constitución. Parece obvio, como señala Balakrishnan, que este modo de gobernar se podrá convertir en un instrumento meramente formal en el que unos plebiscitos mediáticos lograrán obtener el consenso de unas mayorías crecientemente mediatizadas. Los modernos Estados siguen de hecho esas estrategias de “información persuasiva”, de corte para-fascista. Como tantos otros nuestro gobierno podría, si no nos oponemos a ello, adoptar una nueva forma de gobernación coherente con una “adaptación constitucional” a este nuevo, universal sistema.
Los altermundialistas, (como el que esto escribe) tratan, a través de sus trayectorias, sus luchas, sus reflexiones etc., de prefigurar un nuevo orden social que sobrepase él, hoy triunfante, “orden neoliberal”. Nuestra aspiración es la de suplantar este orden triunfante basado en la desigualdad, la explotación, el dominio y la exclusión. Este “orden” que hoy nos atenaza es el “orden constitutivo”, del que Bobbitt habla, un “orden” del se afirma, con repugnante impavidez, que la “educación pública desaparecerá, la desigualdad y el crimen alcanzarán proporciones brasileñas, y las libertades deberán retrotraerse ante recursos policiacos antiterroristas. Esta amenaza de las libertades civiles ha sido señalada recientemente (New York Review of Books, 6-11-2003) por Ronald  Dworkin, el eminente profesor estadounidense de Legislación, Filosofía y Jurisprudencia. En su luminoso artículo señala Dworkin la rápida erosión de los derechos civiles en EE.UU. y de los numerosos peligros que para los derechos fundamentales supone la deriva del aparato del Estado hacia una situación en la que las peticiones de “seguridad en tiempos de guerra” y de “secreto e impunidad que excluye intervenciones jurídicas” coinciden con la sempiterna argumentación de “los Estados policíacos” para erosionar: “el más fundamental de todos los principios morales; el de una humanidad compartida”.
Como Dworkin debemos conminar a nuestros ciudadanos a mayor vigilancia frente al Poder y a no dejarnos dominar por el miedo, tan favorable para la opresión, recordando lo que nos dicen G. Dumenil y D. Levy (Economie Marxisme et Capitalisme, La Decouverte, París 2003): ” Lo que condenará al neoliberalismo está inscrito en su propia naturaleza: una transformación estrechamente vinculada al interés de una minoría que impulsa a la economía hacia un crecimiento lento, excesos de especulación e inestabilidad financiera (sin que mencionemos la destrucción del medio ambiente)”.
Firmado: José F. Pérez Oya. Vigo 2 de Diciembre de 2003.

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