martes, 3 de noviembre de 2015

Esta semana entrante de Noviembre se celebran elecciones en EE. UU. Para la Cámara de Representantes, el Senado, y varios puestos de Gobernador Estatal. 

La elección tiene una importancia enorme para el mundo en su conjunto ya que muchos observadores políticos ven, en los posibles cambios que pudieran producirse, una oportunidad de cambio o inflexión de la política estadounidense en lo que respecta a su política interior y, lo que es más importante para el resto del mundo en la política exterior de ese país. El tema ha dado lugar a una verdadera catarata de interpretaciones entre los politólogos de allende el Atlántico y no parece exagerado afirmar, como se ha señalado, que los expositores de libros que tratan de estos temas ponen a prueba la solidez y capacidad de las mesas en las que se exponen en las bibliotecas. Para introducir un cierto orden en la lectura de un casi inagotable tema trataremos de distinguir entre los aspectos cuantitativos de un posible resultado, aspectos de motivación ideológica, moral o social de los ciudadanos intervinientes, el carácter político de la Gran República, y finalmente alcance posible de un resultado desfavorable para el actual Gobierno de la República, ya que si ello no fuera el caso el cambio solo sería marginal o inapreciable. Si existieran cambios o inflexiones ellas serían endógenas al poder, y por ello aún más difíciles de prever. Subrayemos que un cambio cuantitativo favorable al Partido Demócrata no es suficiente para provocar un cambio sustancial ya que este dependería de una voluntad de cambio político no siempre evidente o expresado explícitamente.

Aspectos cuantitativos: La mayoría de los observadores políticos recurren a metáforas meteorológicas que prevén un cambio sustancial en la política y hablan de “tsunami” de tornado, de terremoto de tormenta etc. La multitud de encuestas realizadas por la prensa y toda clase de instituciones, grupos de reflexión etc., se inclinan hacia un resultado favorable al partido Demócrata pero sus estimaciones fluctúan de una semana a otra de modo que a los ciudadanos de la “Vieja Europa” pueden parecernos desconcertantes y sorprendentes. La opinión pública de los estadounidenses parece tener un margen de variación insospechada y ser agitada, en un grado muy superior a la europea por reacciones de tipo emocional imprevisibles y por convergencias de tipo filosófico o ideológico basadas en alianzas lábiles, inestables y poco duraderas, cuando no rozando la contradicción como la que ha sido operativa entre los neoconservadores y los religiosos más fundamentalistas que recibieron el nombre de “teo-conservadores”. El desinterés electoral y el alto grado de abstención, unido a factores atípicos aquí como el sesgo racial, hacen si cabe más azaroso aventurar cualquier juicio o previsión. Entre los cientos de previsiones publicadas me inclino personalmente por la de de Rothenberg, recientemente (29-10-2006) publicada. Este tratadista opina que el ambiente electoral es más desfavorable al poder que en el año 1994 cuando los Demócratas perdieron 52 representantes parlamentarios, 8 senadores y 10 gobernadores. Dos factores de carácter no ideológico podrían moderar estas pérdidas. El primero es que según un estudio conjunto de las instituciones Cato  y  Brookings (citado por el New York Times el 30 del mes pasado) el hecho comprobado de que una enorme mayoría (más del 98%, de los candidatos salientes) que se vuelven a presentar, son reelegidos. Siendo ello un cierto factor de inercia no despreciable. El segundo factor es el rediseño electoral de los distritos, que en USA recibió el infamante nombre del gobernador padre de la “brillante” idea o “gerrymandering”. El efecto de esa técnica ha sido la de rediseñar distritos más seguros para el actual equipo gobernante lo que puede, dentro de cierto margen estadístico, minimizar las pérdidas de sus candidatos. Conviene mencionar, no obstante, que existen casos muy importantes en que los  candidatos salientes han cambiado de adscripción partidista. Personalmente me inclino a pensar en una amplia victoria Demócrata pero la imagen de confusión que prestan muchas candidaturas es desconcertante. Como para muestra sirve un botón me refiero a una de las más indecisas en Virginia entre George Allen  (Republicano) y James Webb (Demócrata). Allen es consciente de la importancia del voto afro-americano y, por lo tanto trata de atraerse esos votantes, visitando iglesias, insistiendo en el peligro de los matrimonios entre homosexuales para los supuestos “valores” familiares, afirmando que el gran tema en esta lucha es saber si podremos sustentar el ideal de: “ tener un padre y una madre sustentando a sus hijos”. Pero este mismo candidato se opuso vehemente a la existencia de medidas legales promotoras de una discriminación positiva a favor de los afro-americanos, a la celebración (mediante la declaración de día festivo) del nacimiento de Martin Luther King y que en su oficina campea la racista y divisiva bandera de La Confederación sudista. La impopularidad de la guerra de Irak está tan extendida que, aunque apoyando a Bush II, Allen desea un plazo, naturalmente “razonable”, para abandonar ese país. Por otro lado Webb jamás, según nuestro conocimiento, exige explicaciones sobre el porqué el matrimonio homosexual conduce a la disolución de la familia heterosexual y trata de atraer el voto femenino, gracias a una despenalización limitada del aborto, la investigación de células madre,  las crecientes desigualdades de ingreso entre trabajadores y directores empresariales (un ejecutivo gana unas 400 veces el salario medio) y en su oposición a la guerra de Irak. Ello se centra más en motivos económicos, debido al desbocado gasto público y la imprevisión e ineficacia en su ejecución, que por el crimen infringido a una población inocente la inhumanidad de las torturas aprobadas por el Presidente, al que los legisladores refrendaron recientemente. Lo que a un europeo puede parecer, si cabe, más sorprendente es que Webb trate de apoyarse en la ayuda de Margaret Albright para atraer el voto femenino. Recordemos que la  antigua Secretaria de Estado entrevistada por periodista L. Stahl (el día 12 de Mayo de 1996) a la formulada pregunta de que: “recientemente hemos sabido (por UNICEF) que el número de muertos de niños debido a las sanciones a Irak ha sido de medio millón, más que las muertes de  Hiroshima. ¿Merece la pena pagar ese precio?”. La terrible respuesta de Albright fue. “Pienso que la opción fue muy dura pro el precio, el precio (sic) mereció la pena.”. Los que nos hemos elevado contra la indiferencia de la sociedad estadounidense ante las torturas practicadas por su ejército y empresas subcontratadas por este; los que hemos protestado por la ocultación culpable de la “logística” de la Unión Europea ante los traslados aéreos de la CIA, (que hoy sabemos correspondían a las presiones de ciertos gobiernos europeos por parte de aquella organización) no podemos más que expresar nuestra indignación moral ante la indiferencia de unos pueblos que han postergado la justicia, la dignidad, y toda forma de moralidad mínima en pos de un egoísta y falso sentimiento de seguridad que es motivado por un miedo irracional que promueven, y usufructúan, los diferentes tipos de poder real , y entre ellos naturalmente los de los Estados.
Aspectos, ideológicos, económicos, bélicos y psicológicos.
Aunque el tratar de un tema tan amplio, como sería caracterizar el carácter de la Sociedad, del Estado y del poder social en los EE.UU. requeriría un saber enciclopédico, del que carezco, y una extensión digna de tal formato nos parece de rigor tratar de fijar ciertas características permanentes y estructurales de EE. UU. y de su actuación internacional que distan años luz de las diferentes imágenes que han sido promovidas, difundidas y publicitadas desde este país y ,desde el extranjero por sus muchos admiradores, algunos bien retribuidos económica o ideológicamente.
El primer punto que conviene destacar es que los EE.UU. son una formación social capitalista, cuyo poder económico y militar no ha dejado de crecer desde su incepción a la independencia. El Estado responde a una democracia formal representativa con escasa participación ciudadana que según la vertiente ideológica de los opinantes se debe a cierta indiferencia de la población ante el quehacer político, que se supone benévolamente es administrador de un hipotético “Bien común” por parte de una clase dirigente ilustrada y altruista o alternativamente a un reparto egoísta del poder social entre unas elites (de las que ya nos hablaba  C.  Wright Mills en 1958) que compiten entre ellas mediante su dominación de diferentes vectores como pueden ser los económicos, militares, políticos, ideológicos, tecnológicos etc. La configuración de estos vectores, su importancia relativa u orden de precedencia, sus confluencias, el modo de resolver las contradicciones o conflictos que se presenten en la sociedad, ya bien mediante la fuerza, represión, convencimiento asunción y promoción de ideas morales y valores generales, o la búsqueda de consensos, la ponderación que deban atribuir los sociólogos a factores irracionales e inconscientes en las decisiones tomadas nacional o internacionalmente, todo ello constituye un tema infinito del que solo queremos destacar varios puntos.
El primero es que en su configuración actual el Gobierno de los EE.UU. es un gobierno tiránico defensor de intereses capitalistas, ejerciendo un despotismo brutal exterior (de corte maniqueo y Schmittiano) sobre todo aquel que sea considerado su enemigo y no se pliegue ante sus designios imperiales e imperialistas, y una acción social menos obviamente represiva ante los poco ejercitados derechos civiles (de los que ha sido desposeída una declarada sospechosa, exigua minoría) y una acción económica y legal más decidida contra la clase obrera y los sindicatos que ha suscitado, una débil respuesta. Todo ello viene acompañado ideológicamente por una serie de actuaciones dirigidas a la elaboración de un consenso social basado en los intereses, reales o imaginarios del poder, con los que la mayoría de la población  debe de tener la obligación moral de solidarizarse, para compartirlos de modo unánime y para sentirse condescendientemente protegida por sus dirigentes ante posibles amenazas interiores o exteriores. La operatividad social del factor miedo ha recibido amplio tratamiento en los EE.UU. pero deberíamos  recomendar la lectura del interesantísimo libro de Robin titulado sencillamente: Fear (o sea miedo) que trata de ese factor en política a largo plazo (desde Platón y Hobbes hasta nuestros días) y el recientísimo de John Mueller: “Overblown” cuyo subtítulo reza: “como los políticos y la industria del terrorismo exageran las amenazas a la seguridad nacional y por qué los creemos”. La percepción social de que el poder político en los actuales EE.UU. representa una tiranía viene explicitado desde hace largo tiempo por autores como Chomsky, Blum, Dorrien, Sands, Shogan, Bacevich y otros muchos pero nos limitaremos, en el actual contexto a repetir la opinión reciente (New York Times 19-10-2006) del eminente jurista J. Balkin que define la tiranía como: “La  acumulación de excesivos poderes, ejecutivos, judiciales, y legislativos en una sola rama del Estado y bajo un único individuo”. Su compañero J. Toley concluía en la misma fecha que El Congreso al concederle poderes sobre la detención e interrogación de sospechosos le otorga: “poderes despóticos”. Incluso politólogos conservadores como el Profesor Fritz Stern, de la Universidad de Columbia han criticado el que la acumulación, el secreto, y la falta de debate crítico pueden propiciar acciones que van contra el interés de estado ya que un cierto: “radicalismo de derechas puede proseguir políticas de poder en detrimento de las capacidades y el interés de America (sic)”. Ya hace largo tiempo Mills mencionaba a Forester que señalaba que: “se necesitan personas carentes de imaginación para llevar a cabo políticas carentes de imaginación fraguadas por elites sin imaginación”. La situación de Irak parece corresponderse con las ironías de Forester pero tras de ellas se oculta un enorme crimen y el sufrimiento perpetrado sobre un pueblo inocente sobre el que se ha vertido una enorme catarata de mentiras, queriendo hacerlo responsable del crimen de la destrucción de las “Torres Gemelas” en Nueva York, y acusando al gobierno del sátrapa Sadam de detentar, contra la opinión del inspector de las N.U. Blix, armas de destrucción masiva. Recordemos que según la prestigiosa revista médica “The Lancet” el número total de víctimas mortales de la intervención militar de Bush y sus aliados se sitúa dentro de un amplio margen de estimación de entre 300 y 900 mil víctimas, (entre Marzo de 2003 y Julio de 2006) a las que convendría añadir la de 1,6 millones de ciudadanos exiliados y la de más de un millón de refugiados en el mismo martirizado país. Incluso si aceptásemos la moderada estimación de N.U. de 160000 muertos, la desproporción entre unos objetivos propuestos, y no logrados, y la acción de pura e irracional, e inmotivada venganza es flagrante y espantosa. Por desgracia la inmensa mayoría de la población de EE.UU. no es consciente de estos hechos y solo tiene un difuso sentimiento de que tanto la guerra de Irak como la de Afganistan van mal y de que el Gobierno no ha afrontado de modo eficaz sus acciones. La incapacidad de racionalizar, ni en un sentido freudiano ni siquiera económico, las acciones militares de EE.UU. ha conducido a que muchos politólogos se interroguen sobre el creciente papel que la mentira tiene dentro de la dialéctica política. Loa análisis son de índole muy diferente y van desde un periodismo psicologizante y personalista como el de  Woodward  en su libro: “State of denial” a otros, que exploran los mecanismos estadounidenses, conducentes a tal extremo de mendacidad, como el de  F. Rich: “The greatest story ever sold”. Mención especial y laudatoria corresponde al número correspondiente al 2006 del: “Socialist register”: “Tellig the truth” que  sitúa el problema en un contexto más general; el de una crisis moral sistémica de los mecanismos de gobernanza global capitalista, que solo logran obtener una falsa legitimidad a través de la mentira, el múltiple y desnudo poder, y el de sus diferentes formas de coacción. Si ciertas elites del poder, como la camarilla de Bush II, buscan un refugio a su incapacidad para comprender lo que ocurre en el mundo negándose esquizofrénicamente a aceptar una realidad que no les es propicia encontramos, en menor medida, la misma actitud entre ciertos análisis de la izquierda ética que no han subrayado suficientemente que a pesar de las muertes, guerra civil, y sufrimiento en Irak el petróleo fluye y se acaba de hacer operativo un oleoducto hasta Turquía. Honni soit qui mal y pense!¡ Concedámosle al renacido “cristiano” Bush II la orden de la jarretera!
Existen formaciones ideológicas a largo plazo que actúan como contexto en el que insertan situaciones a corto plazo más fluctuantes, evanescentes y, por lo tanto, más susceptibles de ser atacadas y desmontadas. Entre estas, referidas a los EE. UU., destaca la convergencia de las ampliamente compartidas creencias en un excepcionalismo,  mesianismo  y acción salvadora sobre otros descarriados pueblos del imperialismo “americano”. El estudio de este tema ocupó durante muchos años a una gran cantidad de tratadistas. Entre ellos merece ser destacado por su enjundia y brevedad el libro de Anders Stephanson:  “Manifest destiny” cuyo subtítulo es : La expansión americana (sic) y el imperio de lo justo” ( del ya lejano año de 1995). Otros tratados de gran interés son los dos libros de Richard Slotkin, el primero del año 1992 titulado: “Gunfighter nation” y el segundo del año 2000: “Regeneration through violence” pero existen reflexiones ya antiguas como el libro de A. K. Weinberg: “Manifest destiny; a study of nationalist expantionism in american history”. El expansionismo del actual superpoder imperialista ha sido una constante histórica de los EE.UU. y tanto  S. W. Haynes y C. Morris editores del libro: “Manifest destiny and empire” de 1997 como los publicados en Francia por Jean Claude Zarka señalan la ideológica popularidad de esta aproximación a la historia estadounidense. Recientemente acaba de aparecer, y no he tenido ocasión de hojearlo, un libro sobre el mismo y recurrente tema, que ha recibido elogiosas críticas; el de J. Micklethwait y  Woodridge cuyo expresivo título es: “The right nation” y que según su subtitulo trata de explicar por qué America (sic) es diferente.
Lo anterior nos conduce lógicamente a la opinión de que los EE.UU, han sido siempre un poder imperial pero que su acción se ha visto limitada, a veces, por un deseo a establecer un cuadro de acción internacional más coherente con la de otras naciones que defendían, a la vez de sus intereses nacionales, los de la defensa de un régimen capitalista de libre comercio. El reciente artículo de I. Wallerstein en  el número de Julio-Agosto de la “New Left Review” , el del Profesor de Ámsterdam Robert Went sobre: “La globalización bajo la perspectiva del imperialismo” (traducida al gallego por Analise Empresarial Nº 33 y la reciente obra de  S. J. Harnett y Stengrin sobre: “Globalization and empire” nos ofrecen una interesante visión de las luchas entre los históricamente emergentes países imperiales y sus políticas, diplomáticas o bélicas, para lograr o asentar su hegemonía. Todos coinciden en el actual carácter del Hegemón estadounidense y también en la erosión del vector de poder económico del actual Hegemón que presagia nuevas configuraciones globales, difícilmente previsibles. El tema del imperialismo viene negado, en lo que toca a EE. UU. Con una gran pugnacidad, pero la mayoría de los historiadores desapasionados aceptan ese calificativo, el de una nación no solo imperial sino  expansionista e imperialista. El último ejemplo de ello es la reciente publicación del primer volumen de la titánica obra de Rober Kagan: “Dangerous nation” que estudia la situación de EE.UU. en el concierto, o desconcierto de las naciones, desde su comienzo hasta el inicio del siglo XX.
La gran pregunta que hoy se nos platea es saber hasta qué punto el electorado estadounidense tratará, mediante el recurso de sus votos, inflexionar el carácter de las políticas estadounidenses en el extranjero hacia posiciones menos brutalmente belicistas y en lo que se refiere al propio país en políticas menos basadas en unas posiciones económicas menos neoconservadoras, más respetuosas de los derechos humanos y cívicos, más transparentes, menos corrompidas, y, en toda circunstancia, contrarias a la obstinada promoción de una terrible y creciente desigualdad, económica y social, que ha resultado el un crecimiento económico en el que los trabajadores no se han beneficiado durante casi tres décadas de los incrementos en la producción y productividad de sistema nacional que ha dirigido su crecimiento e incremento a favorecer exorbitantemente el uno por ciento de los ciudadanos más privilegiados. Si como ejercicio teórico dibujamos un eje de coordenadas cartesianas encontraríamos en las horizontales abscisas dos polos. Convencionalmente situaríamos a la izquierda las ideologías comunitarias favorables a una seguridad económica compartida de la que un instrumento podría consistir en la acción de un Estado Benéfico, parte superior del eje vertical de las ordenadas. En el extremo opuesto horizontal encontraríamos los valores que asumen el riesgo, el esfuerzo, llamado responsable e individual, la caridad compasiva que oscilarían entre un rechazo a un estado intervencionista y fuerte (situado en el cenit del eje vertical) y un estado mítico y mínimo situado en la parte más baja del eje vertical que representaría la elaboración libertaria de un estado necesariamente opresor e ineficaz que debe de ser privatizado transmitiendo el poder económico y social hacia actores privados, aunque estos sean corporativos, más aceptables para la ciudadanía. El Estado propuesto por Ronald Reagan y sus ideólogos neoconservadores  se movería en la dirección de nordeste (esto es del primer cuadrante) hacia el cuadrante suroeste, mínimo Estado en el eje vertical, y aceptación de la población de una vida arriesgada, (vivere pericolosamente) a lo Benito Mussolini. De hecho esta visión no se ha realizado ya que el eje ideológico y social, sobre todo militar se ha desplazado en dirección noroeste debido a la adopción de políticas económicas de keynesianismo bélico. Si algunos autores conservadores han alabado la incapacidad de la vieja URSS para soportar un esfuerzo insostenible, el mismo modo de pensar nos obliga, ante el vacío de poder provocado por la implosión de la sociedad “soviética”, a darnos cuenta de la enorme utilidad que confiere al Estado y a sus clases dirigentes la existencia, ficticia, exagerada, o real de una situación de inseguridad social ante una amenaza terrorista, ridículo ersatz del comunismo, que se oponga a cualquier veleidad social de cambio en dirección del cuadrante noroeste. En esta inestable situación parecemos situarnos.
Aunque en un breve ensayo como este no disponemos de lugar para seleccionar entre la multitud de libros que han tratado de estas materias no podemos por menos de recomendar, a los lectores que se interesen por la Gran República que lean tres obras fundamentales: La primera es la de Thomas Frank: “Wht’s the matter with Kansas”  (del año 2004) que ilustra las razones del desplazamiento hacia posiciones conservadoras de un territorio de tradición más comunitaria y liberal. El segundo es el magnífico estudio de Thomas B. Edsall: “Building red America que se ha publicado este año, y el tercero la implacable disección de las causa y la irracional locura de la guerra en Irak escrito por un dimisionario  consejero del servicio exterior estadounidense,  John  Brady Kiesling bajo el título de. “Diplomacy Lessons”.
Escrito por José Fernando Pérez Oya, sociólogo y economista (BA.MA.por OXFORD UNIVERSITY)
Vigo 4 de Noviembre de 2006.

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